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La espuma del ego

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Binomio. Conflicto de personalidades en la cúspide por cierta hegemonía. | cedoc

Si Javier Milei observa la multitud de mensajes que le llovieron ayer por del Día del Amigo, inevitablemente recordará otros años de cierto vacío o desierto en la mensajería virtual. Unas pocas palomas mensajeras, si uno es generoso, cuando vivía en el Abasto, luego mejorando relaciones en Olivos y, por último, en su casa de Benavídez, en un barrio cerrado. Le cambió la vida el acceso a la política como economista, enfrentar más que otros al kirchnerismo y sus ramas populistas. Quizás el aguacero de nuevas amistades le modifique la personalidad en estos ocho meses. Sería comprensible. De la oficina con doble refrigeración en Corporación América y el ocio compartido con Conan (y la prole posterior) a las aventuras con los gigantes del mundo, de los inteligentes y ricos (Elon Musk) a los ricos (Donald Trump). Incluyendo en la variedad al presidente de Francia, Emmanuel Macron, quien lo recibirá esa semana para encender la llama olímpica junto al resto de mandatarios, un orgulloso galo de estas justas inmemoriales que apreciaban la belleza masculina y casi prescindían de las mujeres.

Igual, siempre Karina al lado, como una nodriza según una traducción judía, en aquellos tiempos y en los actuales. Acompaña como adjunta o amuleto en el viaje luego de su aventura diplomática para disculparse ante el embajador francés para enmendar los dichos de la vicepresidente Villarruel y por la mejor amiga de Milei, como de ella misma, la diputada Lilia Lemoine: atrevida por incorporar un instrumento norteño, la quena, en sus apreciaciones sobre el sexo. Tántrico, se supone: uno se va a morir sin ciertos conocimientos que deben hacer felices a otros.

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Curioso resulta que Karina no haya enviado como delegada a Úrsula Basset al besamanos del perdón francés, su delegada en el Ministerio de Relaciones Exteriores, alguien que parece imponerle ideas a la propia canciller Diana Mondino. O límites. Tiene un asiento en el instituto, proviene como docente católica de un instituto privado en materia de familia y más de uno cree que tal vez no esté dotada aún para el ejercicio diplomático: tuvo un chusco en una reciente asamblea, cuando pretendió cambiar el texto de una declaración que ya había sido consensuada por el resto de los ministros. Para que no se sintiera dañada la Argentina, las pretensiones reclamadas se incluyeron una addenda especial.

Lo doméstico, por supuesto, finalmente se supera y olvida por la gran capacidad de estas damas para perder el tiempo en sandeces, pero aleja a la poderosa hermana presidencial de una sexta protagonista, la italiana Giorgia Meloni, titular del consejo de ministros de su país: esa mujer le pegó un cachetazo a Macron en una disputa debido al colonialismo ejercido por su país en África, la impía esclavitud sobre los niños y el señoriaje que impusieron sobre las monedas de ese continente. Al revés de esa dominante explotación, como se sabe, los italianos fueron tardíos y breves colonialistas, ni 50 años estuvieron en Libia o Etiopía. A pesar de la disculpa de Karina por los dichos de sus compañeras, Milei está más cerca de Meloni que de Macron, comulga en pensamiento y, si lo dejan, el argentino dirá que la admira y le gusta. Pero ahora vienen las Olimpíadas y París bien vale una misa.

Tanta reyerta femenina no esconde otra evidencia más institucional y superior: la espuma del ego que envuelve al binomio presidencial, al conflicto entre el uno y la dos por cierta hegemonía. Hay combate entre ambos, manifiesto y exaltado –como siempre– por el cúmulo de asesores que acompaña a Milei en el primer piso de la Casa Rosada y, a la vera de la Villarruel, unos encendidos consejeros que amañaron hasta el castigador mote de “Jamoncito”: todos, a costilla del Estado y del protagonista respectivo, se sienten más poderosos de lo que son. Tan viejo como el viento.

Desde el advenimiento democrático, Raúl Alfonsín lidió con Víctor Martínez, injustamente apartado por temores de que promoviera un renunciamiento de su jefe. Eran tiempos difíciles, pero al cordobés no le deba la altura, ni la cintura, ni el peso. Tampoco una voluntad decidida. Entonces, fue pésimamente aconsejado Alfonsín. Otra situación se vivió con Carlos Menem: hubo un equilibrio consentido, Eduardo Duhalde se entregó al liderazgo del riojano y hasta el día en que se derritió su eventual sucesión –con el anuncio de la reelección que incluía la reforma constitucional–, el mismo jefe bonaerense entendía que ese cambio era favorable para él. Cándido el bonaerense.

La quimera de Idaho

El más gracioso papelón de la historia, en estas cuestiones de autoestima exagerada, se registró en un ascendente Carlos “Chacho” Álvarez, quien al observar tropiezos tipo Biden en Fernando de la Rúa, se propuso reemplazarlo por razones patrióticas: locura adolescente en la que solo apareció acompañado por la esposa. Un vice frustrado en su objetivo. Lo de Néstor Kirchner y Daniel Scioli fue otra historia: a Cristina, la consorte del Presidente, le repugnaban los amigos del vice, de los Pimpinela a Nacha Guevara, del Chaqueño Palavecino a cierto intérprete tropical. No eran de su alcurnia y los rayos contra Scioli se convirtieron en una condena a plazo fijo que, por supuesto, también incorporó el propio Néstor, convencido de disponer el poder total como necesidad política. Un consejero periodista también ayudó en esa campaña deshonesta y absurda, aunque el vice no daba para cruzar ni un charco. Demasiada ambición para someter a un simple caniche, capaz de someterse a tratos indignos, quien se había enterado por los diarios que sería candidato a vicepresidente. Paradojalmente, esa sombra, el mismo Scioli, sirvió para que Cristina ganara la herencia familiar gracias a su aporte como candidato a la provincia. Ni se lo agradecieron. Tras él vino en el binomio Julio Cobos, la 125, el voto “no positivo” y el congelamiento del trato con la UCR, quedando excluido el mendocino radical hasta para circular por Buenos Aires.

Menos avidez de poder exhibió Amado Boudou, un capricho que se dio Cristina, misma falta de relevancia que luego exhibió Gabriela Michetti con Mauricio Macri. A su vez, la misma viuda de Kirchner ni se le ocurrió reemplazar a Alberto Fernández, porque a ella no le había alcanzado la bendición popular ni la plata para cambiar el auto. En rigor, replicaba a Chacho Álvarez engordada por La Cámpora y sin la convicción de este para dar el salto. Este resumen indica cierta repetición en los hábitos del poder argentino, casi aburridos: el temor ahora de Milei por un avance de su vice para reemplazarlo y cierta alegría si pudiera desplazarla, expresada en los actos de Karina, al mismo tiempo que se revelan en ciertos deseos de Villarruel imaginándose con una banda que no le corresponde. Con ambos, la banda habitual del lumpenaje alcahuete que suele aparecer cuando es propicio el Día del Amigo. Más de lo mismo, eterno sino.