El cuerpo humano es un mecanismo perfecto. Si recibe el tratamiento adecuado en materia de alimentación, salud y hábitos, cumple afinadamente su propósito: vivir. Cada órgano tiene una función exclusiva y actúa en precisa coordinación con los demás, sin superposiciones. Y los órganos son lo que son, mientras formen parte del sistema. Si al hígado se lo coloca en una mesada, afuera del cuerpo, se convierte simplemente en bofe. Alimento para perros. Y así con cada órgano. Fuera del organismo y desconectados de los demás, su función ya no se cumple. Pasan a ser achuras. Sin cada órgano el cuerpo se descompensa y entra en una fase terminal. Pero fuera del cuerpo un órgano es nada.
Este funcionamiento sistémico es aplicable a cualquier conjunto humano. Familia, grupo de trabajo, equipo deportivo, orquesta, etcétera. Sus miembros son órganos. Y también a una sociedad. O sus sectores comprenden que son parte de un todo o creen ser un todo autónomo. Lo segundo es siempre disfuncional en cualquier sistema.
Ningún órgano es un todo en sí, y cuando enferma todo el organismo queda afectado
Cuando en el conjunto, o al menos en la masa crítica de una sociedad, el bolsillo se convierte en el órgano preponderante, cuyas necesidades (algunas son reales, otras simples deseos) se imponen como excluyentes respecto de lo demás, sobreviene la descompensación. Con argumentos a veces atendibles, y muchas otras veces no tan lógicos, una proporción decisiva de la sociedad argentina suele elegir a sus gobernantes desde el bolsillo, desde el cálculo sobre ventajas materiales a obtener de inmediato. Y así le va. Una vez que sobreviene la frustración (en el cuerpo humano sería la enfermedad) a esta le sigue la bronca. Del voto bolsillo se pasa al voto bronca, que se le otorga a quien prometa volver a abastecer el bolsillo. En ese juego perverso quedan afuera consideraciones como los valores y papeles morales del candidato elegido, sus antecedentes, sus actitudes, sus relaciones con otros sectores y la catadura de estos, la amplitud y variedad de sus capacidades, la coherencia entre sus palabras y sus acciones. Durante mucho tiempo esas omisiones trágicas se justificaron con el estribillo “roban, pero hacen”, sin considerar que ambas cosas son imposibles al mismo tiempo. Y ocultando que esa frase habla tanto de quien la dice como de aquellos a quienes se refiere. Hoy aparece trocada por “es loco, pero hace lo que era necesario”. Sin preguntarse si es la manera en que había que hacerlo, si ese “hacer” está avalado por principios morales básicos para la convivencia, como son el respeto, la tolerancia, el honramiento de los principios republicanos y los pilares constitucionales, la contemplación de los intereses comunes por sobre los chanchullos que benefician a sectores cercanos al poder (o integrantes de este). Para elegir con el bolsillo hay que acallar todas esas preguntas, como si para tener un corazón sano se descuidara o postergara la presencia de otros órganos. Pero no hay órganos sanos en organismos enfermos. Porque ningún órgano es un todo en sí, y cuando enferma todo el organismo queda afectado. La más que presunta estafa de las criptomonedas, el nombramiento por decreto de un juez cuestionado hasta la médula, los arrebatos patoteros de asesores y funcionarios, la legión de trolls –que viven del Estado que denigran–, las cataratas de insultos y violencia verbal (que avala la violencia física) sobre opositores o pensadores autónomos, el peligroso servilismo ante un gobierno extranjero no mueven (según las encuestas) el apoyo al Gobierno de un 50% de la sociedad. Las razones que se expresan son las del bolsillo, que por ahora recibe intangibles, como promesas y expectativas. Mientras la enfermedad de la sociedad se hace crónica y es moral.
*Escritor y periodista.