Milei suele mostrarse a veces de mal humor. Algo irascible. También puertas adentro y frente a su gabinete. Ni hablar cuando se cruza con colegas (o excolegas) como Domingo Felipe Cavallo, a quien atendió esta semana por cuestionar lo más preciado de su gestión. Y con argumentos poco sólidos según la consideración técnica del jefe de Estado. Pero hay algo que está claro: todas sus batallas son fruto de su inédito plan. Y de su defensa irrestricta. Y, específicamente, de su padrenuestro innegociable.
Para el Presidente, ninguna crítica es atendible, si antes no se tiene en cuenta su máxima total: el superávit fiscal anual, y la posibilidad de transformarlo en dólares comprados por el Tesoro Nacional, para pasarlos a titularidad del Poder Ejecutivo. No del Banco Central de la República Argentina (BCRA) y sus reservas. Del Tesoro. Esto es, del Estado nacional, y en consecuencia, disponibles. Contantes. Sonantes. Y ahí expuestos. Como un premio. Según los cálculos básicos del oficialismo, en 2024, por esta vía, el Gobierno compró aproximadamente unos US$ 10 mil millones; fruto del superávit fiscal primario de dos puntos del PBI. Para este año Milei quiere repetir la performance, y, además sumarla a los otros ingresos que le llegarán por la caída del costo de uso de reservas del BCRA y, especialmente, el otro superávit importante que muestra la Argentina de hoy: el superávit comercial que también tendrá un azul de aproximadamente US$ 30 mil millones. Con todo ese dinero activo en el Tesoro Nacional, Milei, se siente invencible. Y conduciendo un proceso nuevo. Sin comparación desde aun antes del tercer peronismo. Gobernar la Argentina con sólido y sostenible superávit fiscal; fuente del principal logro que ante el público muestra el libertario: la caída de la inflación, que, afirman en la Casa de Gobierno, este año perforará el 20% anual.
Milei sabe que está al frente de una especie de revolución: un gobierno que completará cuatro años de sólido superávit fiscal de no menos de 2%, con un proceso de crecimiento de la economía (comenzando a contar desde el tercer trimestre de 2024), caída fuerte de la inflación y apertura sólida de la economía ante el mundo. Para el Presidente, esta es su revolución. Se ve iniciando un proceso inédito en la economía argentina, sorprendente para el mundo e incomparable con cualquier otro proceso anterior, incluyendo la tablita de Martínez de Hoz, la convertibilidad de Domingo Cavallo o, mucho menos, el kirchnerismo. Y está dispuesto al malhumor y la irascibilidad para defender a su criatura. A la que ve cada día más sólida.
¿Por qué lo ve único en la historia del país? Porque se basa en un superávit fiscal irrenunciable y la no emisión de pesos. Cero. Irrenunciable. Nunca más. Y, desde ahí, proyectar el resto de los logros, comenzando por la caída del ritmo de crecimiento de la inflación, defendiendo el dato presupuestario de un máximo de 18,8% anual para 2025, según el fallido proyecto de presupuesto nacional no tratado en el Congreso. Sobre este punto, Milei respalda el manejarse con la actualización automática y a cierta conveniencia, de la letra del presupuesto 2023, el último de Alberto Fernández bajo el diseño de Sergio Massa y su equipo. Según ve Milei, esta situación no fue la esperada, ya que sinceramente quería que el Congreso aprobara su propio Presupuesto. Sin embargo, tampoco está incómodo en continuar con la actualización del ejercicio 2023. Especialmente en lo que refiere, otra vez, al superávit fiscal primario, y a la compra de dólares que le permite este ritmo de gastos y recaudación. Para el Presidente, y su ministro de Economía, Luis “Toto” Caputo, esta estrategia le asegura al Ejecutivo contar siempre con la ventaja de poder comprar dólares durante todo un ejercicio, ya que al no emitir pesos, toda disponibilidad puede terminar en adquisiciones de divisas.
Confían en el Ejecutivo que con superávit fiscal con ahorro de pesos, compra de dólares con ese efectivo y emisión cero; las bases estructurales del plan están a salvo. Y cada día más sólidas. Y que este activo es lo que los diferencia de las experiencias anteriores fallidas. Y sobre las que habitualmente se compara a la puesta en práctica de los libertarios. Cuando se los compara con la tablita de Martínez de Hoz, Milei y Caputo muestran las tablas del Proceso, donde la tasa de interés siempre iba hacia arriba y el déficit se tornaba en ingobernable por la suba del gasto público en dólares. Según el Ejecutivo, otra vez, hoy no hay déficit sino superávit, sería impensable en plan de endeudamiento en divisas para gasto corriente (como el Mundial 78 o el de armamento) como el de la dictadura. Pero además, Milei ya dio la orden de iniciar el cronograma de retroceso de la tasa de interés de devaluación vía crawling peg, en un esquema gradual que irá del 2 al 1% en menos tiempo que el esperado. Al compararse con la convertibilidad, también los libertarios separan los tantos. Muestra el mapeo de los 90 donde el déficit fiscal se iba incrementando al ritmo del mayor endeudamiento y la tormenta de vencimientos próximos que fueron bombardeando las bases del uno a uno menemista. Otra vez, y en respuesta a Cavallo, la gran diferencia entre el hoy y aquella era noventista es el superávit fiscal abultado e innegociable, que hace que los dólares entren comprados por el Ejecutivo con los pesos ahorrados, y se depositen en el Tesoro.
También en la Casa Rosada se diferencian del ciclo kirchnerista, incluyendo los primeros años posteriores al duhaldismo cuando las cuentas públicas también mostraban un superávit fiscal; bastante abultado. Milei y su gente muestran que en aquellos años fundacionales del modelo K, había superávit importante, pero fruto de una devaluación de 4 a 1 fruto del estallido del uno a uno, lo que licuó el gasto público hasta hacerlo casi cenizas; además de un nivel de precio de la soja de más de 400 dólares la tonelada (hoy pelea por no descender más debajo de los 300 dólares). Pero la principal diferencia que mencionan los libertarios es que en aquellos años K eran de default; con lo que no había exigencias de acumulación de divisas para poder cumplir con compromisos ineludibles, como el pago del jueves de la semana pasada. Según las definiciones libertarias, cuando el kirchnerismo terminó de negociar el canje de deuda de 2006 y de 2010, comenzó la debacle; abandonando además el criterio de no gastar más de lo que se recauda, comenzó su debacle; que llevó al punto final de un déficit de más de 5% en el momento en que Cristina Fernández de Kirchner entregó el poder a Mauricio Macri. Milei insiste en que en su gestión se logró mucho más de lo que presumen los K sobre aquellos momentos de resurrección de la economía argentina de comienzo de siglo (para muchos, el mejor momento del kirchnerismo). Pero además, con el valor agregado que los logros fueron sin estar en default, aplicando un ajuste políticamente inviable para un gobierno populista y sin licuar el gasto público con megadevaluaciones en el medio.
Todo este panorama comparativo general lleva a Milei y su equipo económico a una convicción y una seguridad: este gobierno no devaluará. Mucho menos el 20% del que hablaba Cavallo. No alterará el tipo de cambio aunque lo pida el, al menos hasta acá, inventor de la convertibilidad. Tampoco ante presiones del Fondo Monetario Internacional. Mucho menos por declaraciones de industriales. Nada. Milei confía en su plan. Y muestra ante propios y extraños que no tiene temor a hacerlo con el malhumor correspondiente.