COLUMNISTAS
FINAL OPERISTICO

La ‘cláusula Rulfo’

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Una inquietud circula entre los analistas políticos: después de enero, cuando cese la vigencia de la cláusula RUFO, ¿normalizará el Gobierno la relación con los holdouts –y, por ende, encarrilará la economía– o, por el contrario, radicalizará su posición confrontativa ahondando la crisis? Este mismo dilema acecha a los tres candidatos presidenciales con más chances. El segundo escenario, de virtual chavización y desquicio, quizás sea beneficioso para Mauricio Macri, que es el único candidato limpio de kirchnerismo, pues le permitiría demostrar que el peronismo también cae en socavones de ingobernabilidad. A Sergio Massa, que participó del Gobierno, quizás le posibilite seguir con su táctica de irrumpir en cada episodio traumático verbalizando ostentosamente una presunta solución (como si fuera un gobierno en las sombras: ya lo hizo en el caso de los fondos buitre, proponiendo una sede europea para los pagos, o en el caso de la seguridad, sugiriendo endurecimiento de penas). Por fin, a Daniel Scioli, que permanece formalmente en la órbita oficial, sólo lo beneficiaría el primer escenario.

Cuando Alfonsín asumió el poder, en 1983, se le exigía una única cosa: que le entregara la banda presidencial a otro presidente constitucional, que no hubiera otro golpe de Estado. Lo consiguió. Cuando Menem llegó al poder, en 1989, se le pedía que parara la inflación. Con sus más y sus menos lo logró. Los Kirchner, en 2003, tenían que reconstruir el poder presidencial, salir del default y volver al crecimiento. En los primeros tiempos consiguieron los tres objetivos, aunque con dudosas técnicas en la que anidaba el huevo de la serpiente. Pero a partir de la crisis del campo fueron demoliendo uno a uno sus propios logros. Se enceguecieron hasta el punto de poner los resortes del Estado en manos de un plantel donde prevalece la improvisación pedantesca y la infatuación de la ignorancia festiva. Las consecuencias afloraron: gasto descontrolado, inflación, pérdida de competitividad, falta de dólares y encierro económico. El consumo artificial del mercado interno fue la triquiñuela para erigir un decorado de aparente prosperidad durante algún tiempo. Reaccionaron siempre mal: a la inflación, intervención del Indec; a la falta de dólares, cepo; a la derrota judicial ante los holdouts, un nuevo default. Zenón de Elea imaginó operaciones en las que se va buscando solucionar un problema y, luego de un camino arduo, se vuelve sin nada al punto de partida: las llamó aporías. Eso fue el kirchnerismo: un retorno a 2003 con las manos vacías. Y tanto más patética es esa vuelta al practicarla no en silencio, sino con las notas murgueras y estentóreas de una celebración inauténtica: la década ganada.

Con sólo dos libros, El llano en llamas y Pedro Páramo, el autor mexicano Juan Rulfo entró en la historia de los grandes escritores latinoamericanos. En Pedro Páramo el personaje vuelve a su ciudad en busca de ciertas claves sobre su padre y sólo se encuentra con muertos que deambulan como fantasmas. Los Kirchner terminan en un final operístico, en esta suerte de país Rulfo al que previsiblemente se encaminan de optar por el segundo escenario: un país en llamas, un páramo. Ellos, antes que moderar su actitud y dejar el país en una situación más o menos razonable, aunque más no sea a un hijo putativo como Scioli, preferirían irse abrazados al rencor de una apócrifa gesta épica, crucificados como Jesucristos de santería, falsamente derrumbados por inexistentes conspiraciones de los poderosos. En cualquier caso, el imaginario colectivo empieza a tener clara la categoría en la que deben ser encasillados: hace unas semanas, en el Malba, el dueño de un diario tuvo que explicarle a un ex senador y conspicuo dirigente massista por qué desconfía de su jefe; redujo el comentario a seis palabras: “porque se parece demasiado a Kirchner”.

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*Escritor y periodista. Su último libro es la novela El amor sigue sin nosotros (Editorial Planeta).