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dislates

Jinetes del caos

A ojo de buen cubero, confiando en el más sencillo de los discernimientos, leo cuatro órdenes en el discurso oficial. El primero, encabezado por el Presidente, recorre dos andariveles. Uno de ellos, dedicado a la economía, asienta la presunta verdad de su verba en la velocidad de despliegue de datos tirados a la bartola, y que podrían resumirse en la extraordinaria expresión: frastraslafra. El otro, de carácter místico político, es la seguridad en el cumplimiento próximo de una promesa divina que encarna un futuro enraizado en las pobrezas del pasado para construir una sociedad medieval, donde el poco de muchos va a amucharse en las arcas de pocos, transferencia garantizada por las amenazas e imprecaciones neonazis surtidas por sus escribidores cavernícolas. A propósito, mascate a Musk: antes de volar a Marte en un tour de megasuperultramillonarios, el Macho Alfa Tecno de nuestro Presidente quiere obligar a que los empleados de nuestra Madre Patria del Norte trabajen 120 horas por semana, y no ha discriminado si deben distribuirse durante los siete días (a un ritmo de diecisiete horas por día), o veinticuatro durante cinco. Desde luego, para sostener semejante performance, el Estado Maléfico debería ocuparse de garantizar y distribuir gratuitamente los estimulantes necesarios para que los esclavos trabajen sin detenerse, desde luego los que sobrevivan, porque la mayoría no tendrá tiempo, no solo para dormir, comer, bañarse y atender a las tareas de reproducción de la especie.

El segundo orden es el de la troupe oficialista de la Cámara de Diputados, compuesta en general de besuqueiros, maquilladoras, falsos indignados y chupamedias que en íntimo connubio con sus opositores carnales y ciertos adornados tránsfugas de última hora, votan, con la fe que les confieren las fuerzas del cielo y el patriotismo que los caracteriza, decretos-deuda cuya naturaleza desconocen y cuyas consecuencias son incapaces de prever. El tercero (ya me quedé corto) lo encarna solita y sola Patricia Bullrich, mártir de la causa que se le ponga por delante, cuya fe en sus propios dislates no acepta evidencia en contra, al punto de que postula como curvas las líneas rectas de un disparo y vuelve culpables en las víctimas de su accionar. El cuarto lo descabalgué.