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Javier en el espejo de Alberto

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Olivos. Una reunión a la que no siguió prácticamente ningún contacto productivo entre ambos. | cedoc

Las medidas de gobierno pueden pensarse como una oportunidad interesante para el espectáculo, es decir, como una forma más de entretenimiento. Con esta idea, puede al mismo tiempo quedar claro un asunto complejo de diferenciación, que se extrema en los gobiernos del presente, en cuanto que pasa a ser tan relevante una medida de gestión, que responde supuestamente a una evaluación de componentes de evidencia sobre datos de un mundo supuestamente real, como el modo en que esa medida es expuesta en su lanzamiento público.

En general, gracias a ese show, se pueden gestionar ilusiones de diferencias que en los procesos sociales concretos no siempre son tan contundentes. Detrás de ese espectáculo montado, viven en equivalencia las experiencias recientes de demasiadas personas, incluso las de Javier, con las de Alberto.

Cuando estalló la crisis del covid, Alberto Fernández se ilusionaba con ser un líder global de la gestión sanitaria. El caso argentino exponía cada dos semanas, a través de él en cadena nacional, el modo en que nuestro país se imponía en la muy esencial baja de contagios frente a un mundo derrotado por las muertes incesantes como consecuencia infernal de un virus que demostraba la importancia de la presencia y respuesta de un Estado activo y regulador. En sus recordadas “filminas” aparecían datos de otros países fracasando, algunos de América Latina, otros de Europa, y para siempre recordar que en una especie de competencia total, mientras los demás ciudadanos morían, incluso en las calles, los argentinos sobrevivíamos gracias a un modelo único que daba el ejemplo. Con un lapso de quince días corridos, como en rotación, se volvía al mismo espectáculo de propia celebración.

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Desde aquí a la dependencia solo se necesitó un tiempo escaso. Para Alberto Fernández su gestión pasó a ser esencialmente aquella que reflejaba el éxito en relación con un solo indicador: la curva de contagios. Todo, absolutamente todo, quedó atrapado en una secuencia de números en forma de recta, y su subordinación pasó a ser completa. En semanas, las condiciones de influencia fueron alteradas; no era Alberto el que cuidaba la curva, sino la curva la que cuidaba de la relación de este presidente con la ciudadanía, y por lo tanto ninguna decisión de gestión podía poner en riesgo esta gema de la imagen pública. Gestión y espectáculo abrazaban el cuidado de esa futura caída en desgracia.

Perfil de un gobierno imaginario

Javier Milei nació directamente del mundo del espectáculo. La gente pasó a tener registro de su existencia y conocimiento rodeado de gestos abruptos, gritos explosivos, peleas televisivas, apariciones como cantante y hasta como protagonista de bailes exóticos. En simultáneo a las presentaciones del entonces aparente presidente exitoso en pandemia, Milei atacaba la gestión sanitaria adornado de un peinado complejo y combinando su discernimiento con la espectacularidad de sus movimientos de manos y rostros furiosamente rojos. Algunos años después, puede esto ser comprendido y reinterpretado como un contrashow. Del mismo modo que se reflexiona sobre lo que sería del punk rock, sin la música disco, se puede pensar lo que sería de Milei sin el intento fallido de esa gestión ilusionada por Cristina Kirchner como una sucesión exitosa de un peronismo sobreviviente por otros medios. De un espectáculo al otro, y a toda velocidad, se alimentó el consumo público de la política.

La actual administración tiene también su curva, es decir su equivalente funcional, tanto en términos de imagen como de dependencia. La baja en los valores de inflación es expuesta, no solo como exitosa, sino como única en el mundo, como inigualable, como referencia universal de la cual el mundo podría aprender. Al igual que Alberto, Milei busca comparaciones con otros países, a las cuales somete también a su diagnóstico brutal.

En el foro de Davos denunció la inclinación hacia las corrientes socialistas en los países del Primer Mundo, en Europa intervino en los conflictos internos y explicó que se trataba de un territorio que no crecía por tener Estados demasiado intervencionistas, y en América Latina sometió y somete a su valoración a los amigos y enemigos de acuerdo a sus preferencias evidentes. Así, de nuevo desde Argentina, se puede explicar al mundo el modo en que las cosas deben ocurrir.

Estas condiciones de perspectivas llevan, al mismo tiempo, a nuevos problemas de dependencia en relación con la gestión, no realmente diferentes a las que demoraron decisiones de Alberto para salir de la cuarentena. Otros supuestos expertos y protagonistas de la economía real piden un precio del dólar diferente y señalan que las cosas no estarían yendo en la dirección ambicionada y, como los que pedían salir a circular por las plazas y por las calles hace años, piden ahora otros que los dejen comprar libremente dólares y que les reconozcan un precio más alto. Pero con el precio del dólar, casi este como en una cuarentena, se sensibiliza otra dependencia a esta nueva curva. Si el dólar se libera, se libera de nuevo el riesgo inflacionario, y si ese riesgo se activa, el sentido del éxito de Milei estaría en condiciones de sospecha.

Algo ha sucedido con el exceso de una promesa única en el tiempo actual de la Argentina. Aunque las gestiones gubernamentales deben dar cuenta de una serie de problemáticas absolutamente variadas, que van desde la construcción de rutas, la mejora de los niveles educativos, la disminución de la pobreza, o los problemas de inseguridad, por solo dar ejemplos que deberían extenderse, quedan estas mismas situaciones limitadas por una suerte de promesa única en la que quedan excluidas del espectáculo central, pasando a ser irrelevantes, y con la única atención hacia el tema dueño de todos los temas, ahora y ya mismo protagonizado por la inflación y el déficit fiscal.

La concepción libertaria, que invita Milei a conocer, tiene en sí una carga absoluta que colabora en desmerecer a aquello que no queda comprendido en sus descripciones. Él es un correcto presidente para un tiempo en el que las urgencias son analizadas como únicas y sin variantes. La teoría que abraza coloca el optimismo en las consecuencias de la praxis, de la acción, y en los mejores resultados, sea lo que sea que ocurra. Todo debe quedar incluido en las consecuencias siempre renovadas del hacer en procesos sociales en los que el mercado resulta el mejor juez de lo que sirve y no sirve. Puede Milei mirar, igual que , al mundo, para decir exactamente lo inverso a lo que este, extasiado en su momento de gloria, declaraba como una solución total. Es en esto en donde la idea de espectáculo puede tener su rol fundamental.

El problema con los espectáculos es que tienen un tiempo determinado para su despliegue en cada una de sus funciones. Las problemáticas sociales pueden ser representadas en el cine o en el teatro, pero solo como forma de consumo de un observador, sin que allí se involucre la misma vivencia de quien mira para solo pasar el tiempo. La política, aunque ha perfeccionado su espectáculo, no puede sostener un guion sobre lo que quiere, ya que la realidad interviene en los textos de sus mismos actores. Es en esos casos en que la realidad interrumpe la función, en la que no siempre se animan a cambiar el modo del espectáculo, y se llena así de artistas de un solo hit. Milei está a tiempo de reaccionar; para Alberto esto ya no tiene sentido.

*Sociólogo.