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Invasión extraterrestre

Te despertás sobresaltado y no reconocés el lugar donde estás. Tu cuerpo desnudo parece haber sido sometido a presiones e indagaciones de algún tipo, que no podés precisar porque no sentís dolor sino una especie de malestar general, casi una náusea. La misma, pensás, que habías sentido la semana previa, cuando levantaste la persiana de tu casa y viste todo el jardín herido de hongos que habían colonizado el terreno gracias a las lluvias y el calor extremo. Esa presencia blancuzca en medio de lo verde te pareció una especie de amenaza alienígena o ultraterrena. Hasta las perras evitaban correr entre los hongos, que parecían promover la corrupción de la materia.

Eso mismo sentías en ese despertar violento, un escozor dérmico, la formación de una arcada que no llegaba a cumplir su propósito, una contaminación generalizada de lo que habías considerado propio hasta entonces: tu cuerpo, ese papel, ese fuego.

Una presencia, que se imponía a tu cuerpo, a la vida en general, tal como la conocías. Estabas solo, pero de pronto esa presencia se materializó en dos criaturas indefinibles pero de rasgos similares, por no decir idénticos, salvo por el color de pelo.

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Las dos criaturas te miraban fijamente, haciendo con sus dos manos gestos de pulgar en alto. Lejos de aceptar con beneplácito ese gesto odioso que replicaba un emoticón (que supuestamente replicaba un gesto, etc.), sentiste miedo: estabas a merced de ellos. Uno de ellos llevaba anteojos y el otro no. Eran de edad indefinida, pero tampoco era fácil adivinar su género y no tenían marcas raciales definidas. Sin embargo, de inmediato se los reconocía como del mismo planeta. Era como si sus identidades (que podían intercambiarse fácilmente) se formaran a partir de máscaras iguales apenas deformadas por el capricho.

Vestían idénticamente, unos mamelucos negros muy holgados (lo que daba la impresión de que debajo de ellos había masas gelatinosas o gasterópodos). A la altura de lo que en los seres humanos marcaría la posición del corazón, cada uno tenía un distintivo tornasolado. Uno decía HW (el más pelirrojo), el otro SC (el más castaño). Taladraban la misma frase en tu cabeza: “Somos del planeta Libra. Venimos en son de paz”.