COLUMNISTAS
sorpresas

Insomnios y aeropuertos

Cada vez encuentro más personas que me hablan del insomnio. Trato de elevarlo a la categoría borgeana de Funes, el memorioso, según el autor, metáfora del insomnio, o cito el libro de Nabokov, Sueños de un insomne. Pero la modorra del día siguiente es insoslayable. No hay bibliografía que la remedie.

No poder dormir es una espera inusual. La relaciono con un despegue que no alcanza el vuelo necesario para cruzar el cielo de la noche. Entonces, aprovecho las nueve horas de espera en el aeropuerto con solo una mochila y algunos libros insertados en el pantalón –vuelo barato…– para conciliar (¿es un concilio?) el sueño.

Pero… No me duermo porque veo pasar el tiempo. Y encima tengo la oportunidad de hacerlo durante mucho tiempo. Es cierto, las esperas son un privilegio de lo que se puede discernir del momento. La medida justa de la posibilidad de atender a lo que está, una referencia de lo que transcurre. El piso de granito del aeropuerto, inmóvil bajo los pasos que salvaguardan el instante, los traseros apoyados en las sillas que aplastan los minutos en el cuero blando, las pantallas de información de los vuelos que exhiben cambios permanentes; aviones que llegan y modifican lo que antes no estaba, otros que se van, deshaciendo levemente las nubes. Trato de no pensar en ellas. Las nubes tentadoras de lo indecible, esbeltas magas de vaporosas flojedades. Mejor vuelvo a la baldosa de granito, a mi mochila apoyada en el cuero blando de la silla. De repente veo la pantalla quieta, sin cambios. ¿Tiempo interrumpido? ¿Me habré quedado dormida? Trato de darme cuenta si estoy o no estoy dormida, si esperé las suficientes horas como para sentir la espera reducida, me pregunto cómo puede ser que haya terminado lo que estaba por suceder; nada en particular, y al mismo tiempo alguna modificación, un número en la pantalla, un pocillo de café vaciado. Encuentro un cómplice que cabecea. Lo miro con envidia. El hombre sentado enfrente de mí parece estar a punto de dormirse. ¿Le alcanzará la espera? Advierte mi presencia, y quizá también la mochila y los libros. Su comentario me despabila por completo: “¿Vio que en los sueños no hace ni frío ni calor?”. La humanidad siempre es una sorpresa.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite