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Iluminaciones de Henry Ford

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De la iluminación de Henry Ford se cuentan dos versiones, no coincidentes sino complementarias. La primera es progresiva y parte del momento de su infancia en que se fascina con una máquina autopropulsada de vapor destinada a las tareas agrícolas, continúa con su aprendizaje de armado y desarmado de las piezas de un reloj, sigue con sus experimentos en motores de gasolina, pasa a la invención de su propio vehículo llamado cuadriciclo, y luego de éxitos y fracasos varios llega a la creación de su primera fábrica, donde las materias primas entran por una puerta y por la otra salen los automóviles Ford, como chorizos. La segunda corresponde al rapto genial, que de un solo golpe captura en plenitud un sentido nuevo, y que lo asalta durante la visita al primer matadero industrial de la ciudad de Chicago. El matadero es más grande que cualquier fábrica que Ford conozca. Los cuadrúpedos (vacas, ovejas, cerdos) entran vivos por el corral y son derrumbados a golpes de martillo, abiertas sus gargantas con cuchillos carniceros y recolectada su sangre en grandes baldes, colgados de ganchos y abiertos al medio para que caigan las vísceras en tachos recolectores, y seccionados en porciones que se arrojan a una cinta transportadora general de la que se van extrayendo esas partes y separándolas a su vez en partes más pequeñas (azotillo, bondiola, hígado, bola de lomo, cuadrada, nalga, tapa de nalga, picaña, tira de asado, caracú con carne) que derivan a cintas secundarias donde se empaquetan para enviarlas a las carnicerías para su consumo. Y lo mismo ocurre con las aves de corral, solo que el procedimiento es aun más rápido e incluye desnuque por torsión, corte de cogote, hervor y retiro de plumas. Ford comprende que allí está el futuro, solo que invirtiendo el procedimiento: lo que en el matadero se recibe entero y se desguaza hasta llegar al producto final, carne en el mostrador, él lo recibe en partes y pasará a ensamblarlo hasta llegar al resultado, el automóvil Ford.

Pronto, Henry Ford se vuelve uno de los más grandes empresarios americanos y el dueño de una de las mayores fortunas. “El dinero nos hará libres”, es una de sus frases favoritas. Y en ejercicio de esa libertad se convierte en empresario periodístico al comprar un periódico semanal, The Dearborn Independent, y en escritor al publicar El judío internacional, el mayor problema mundial, libro que Adolf Hitler tuvo muy en cuenta a la hora de escribir Mi lucha. Todo esto, que se resume en un par de frases, ocurre a lo largo de algunas décadas. Hitler admira el empeño de Ford, comparte sus ideas antisemitas y su pelea con los sindicatos, que pretenden debatir condiciones laborales, costos y salarios, pero sobre todo decide que el sistema que Ford emplea para la fabricación de sus automóviles puede transformarse en un método general de producción y un mecanismo óptimo para suprimir a enemigos internos y externos y a poseedores de enfermedades físicas y psíquicas, a los que considera indignos de vivir y que consumen recursos económicos y habitacionales que convendría sumar al esfuerzo de guerra, apenas decida lanzarla.