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UN TIEMPO NUEVO

Hubris y realidad

Es indispensable bajar a la realidad, tanto en el plano interno como en el internacional. Los peleas entre políticos terminan cansando a la gente cuando producen hambre y desempleo. Desde hace mucho se ha estudiado en la academia la alteración que sufren los mandatarios cuando llegan a los palacios, usando varios conceptos, entre los que sobresalen dos. Por un lado, el del síndrome de hubris, concepto desarrollado por David Owen en su libro “En el poder y en la enfermedad”. La mayoría de presidentes, al poco tiempo de intoxicarse con los oropeles del poder, se extravía por la desmesura, que es lo que significa “hubrys” en griego.

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Durante décadas, hemos tratado con bastantes presidentes de distintos países, incluso hemos escrito para ellos una propuesta de la estrategia de su gobierno. Empezamos siempre con un consejo antipático: no te dediques a perseguir a los otros políticos, trata de servir a la gente. Pocas veces nos han hecho caso.

Al principio son más abiertos a la idea. Poco después se enferman con las adulaciones y la fanfarria del poder, y la mayoría sucumbe a sus pulsiones negativas, disfrazadas de ideales. Cuando alguien asume la presidencia o un cargo importante, decenas de lobistas, empresarios, contratistas y autocandidatos a empleos importantes tratan de conseguir el teléfono del nuevo poderoso, que cree que están interesados en conversar con él. Llegan los homenajes, los cócteles y  las alabanzas, que se esfuman, como la carroza de la Cenicienta, cuando termina el gobierno. La nube de cortesanos busca el teléfono del nuevo funcionario, porque quiere tratar con quien tiene el poder, no con alguna persona. Lo vimos en un cóctel empresarial en el que todos se agolpaban en torno a Milei, sin que nadie atienda al expresidente Macri. Mañana, si gana la presidencia, abrazarán a Juan Grabois y se olvidarán del libertario.  

Los líderes, enfermos de prepotencia, afirman que deben destruir al adversario, a la prensa, a fantasmas ideológicos o a cualquiera que discrepe con sus puntos de vista. Ingresan a la puerta giratoria del poder, en la que todos corren, a veces persiguiendo y a veces siendo perseguidos, en una competencia sin fin, que hace que la gente termine detestando a todos los corredores.

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Mientras más tiempo se dedican a perseguir, el destino de los presidentes es más triste. Algunos terminan derribados, exilados o presos, otros, perseguidos con sus familias y sus bienes. En la mayoría de los países, hay  jueces que esperan el resultado de las elecciones, para saber a quién redimir y a quién perseguir. Son parte del juego oportunista de la política.

La agresividad de los mandatarios y la falta de institucionalidad alejan a los inversionistas, que buscan seguridad jurídica y estabilidad, aunque las variables macroeconómicas estén bien, nadie invierte en un país en el que las reglas del juego pueden cambiar si es que se revende un legislador.  Tengo poco interés en las discusiones ideológicas, trato de entender la realidad con datos objetivos. De los países latinoamericanos que más inversión privada recibieron en el ultimo año, tres están gobernados por la izquierda, México, Brasil y Chile, y uno por la derecha, Uruguay. Las inversiones no van por el entusiasmo ideológico, sino por el respeto por las instituciones.

Desgraciadamente, las actitudes de la mayoría de los miembros del equipo presidencial son cada vez más agresivas, son frecuentes los ataques a los periodistas, políticos y personajes disidentes. Es falsa la idea de que se necesita sangre para un espectáculo circense en el que la mayoría se divierte viendo cómo los leones se comen a los cristianos. Todos los estudios dicen que crece la inconformidad con la falta de empleo y el precio de los bienes y servicios. El circo será rechazado si parece que impide que exista pan.

El presidente Javier Milei se está alejando de la gente cuando más la necesita

La oposición está fragmentada y sin rumbo, pero cuando los acontecimientos lo obligan, se generan liderazgos imprevistos. El rechazo que produjeron el gobierno  de Alberto Fernández y la versión conservadora del PRO abrió las puertas a Javier Milei, a quien pocos veían con la posibilidad de ganar las elecciones hace dos años.

Milei se está alejando de la gente cuando más la necesita. El Presidente, que tenía tantos sentimientos nobles, que detuvo la caravana presidencial cuando iba a la Casa Rosada para acariciar a una mascota, comete ahora el error de no recibir al padre de un niño que se ha convertido en héroe nacional desde que desapareció misteriosamente. Para colmo, lo hace cuando las pistas conducen a que está envuelto, de alguna manera en el problema, la casta, un gobernador progobiernista.

En Tucumán fue otro grave error el destrato a Mauricio Macri, único presidente no peronista elegido en las urnas que ha terminado su mandato en un siglo. Debían hacer una evaluación objetiva: si no les convenía exhibirse con Macri, no debían invitarlo. Si su presencia los ayudaba, debieron darle el protagonismo que se merecía y no humillarlo haciéndolo viajar para perderlo entre el público. Por cierto, el entorno del expresidente falló al no enviar una avanzada para evaluar la situación para impedir el desaguisado. Son cosas elementales que no ocurrían en ese espacio cuando Macri era exitoso.

El Milei que acompañaba a la gente y compartía con ella sentimientos y emociones está cediendo su lugar a un profeta lejano, que predica ideas poco comprensibles, que si no se traducen pronto en resultados prácticos, no le van a servir de mucho.

Milei está cada vez más lejos de la realidad del mundo actual. Ya analizamos en otro artículo la contradicción que existe entre los resultados prácticos de la política y lo que puede ocurrir con el profeta de una minoría. La economía argentina  no se va a recuperar con la inversión que llegue de los estados anarcocapitalistas del mundo porque no existen. Los grandes empresarios de algunos sitios se divierten invitando a Milei a sus encuentros, lo aplauden, le dan una palmada en la espalda pero, hasta aquí, ninguno ha traído al país una inversión significativa. En general, se distraen con su estilo, pero no quieren destruir el Estado, son grandes proveedores de la NASA, participan de la revolución tecnológica más grande de la historia, en la que se están aliando la empresa privada, las universidades y el Estado.

Milei dice que la ultraderecha se está tomando el mundo bajo su liderazgo, pero los resultados de las últimas elecciones en el Reino Unido y Francia lo desmienten. El partido de Le Pen quedó tercero y los laboristas ingleses lograron su mayor triunfo en la historia moderna, consiguiendo 412 bancas, frente a las 121 del gobernante Partido Conservador. Casi todos los países que son importantes para colaborar en el eventual desarrollo de la economía argentina, Alemania, España, México, Brasil, Chile, Colombia, tienen gobiernos que Milei combate llamándolos “comunistas”. Ni qué decir de otro de los actores internacionales importantes para Argentina, como China. Argentina no necesita derribar a los demás gobiernos del mundo, sino aprender a convivir con ellos.

Es indispensable bajar a la realidad, tanto en el plano interno como en el internacional. Los peleas entre políticos terminan cansando a la gente cuando producen hambre y desempleo.

Desde hace mucho se ha estudiado en la academia la alteración que sufren los mandatarios cuando llegan a los palacios, usando varios  conceptos entre los que sobresalen dos. Por un lado, el del síndrome de hubris, concepto desarrollado por David Owen en su libro En el poder y en la enfermedad. La mayoría de presidentes, al poco tiempo de intoxicarse con los oropeles del poder, se extravía por la desmesura, que es lo que significa hubrys en griego.

Adoptan una posición maniquea, se sienten dioses y demonizan a sus adversarios. Crean una mitología conspirativa en la que  hay buenos y malos, burgueses y proletarios, creyentes y herejes, zurdos e iluminados, demócratas y terroristas.

Conservar poder es el principio y fin de su acción política. Todo vale para combatir a los malos. Desconfían de la división de poderes, de la Justicia independiente, de la libertad de prensa, de todo lo que limite su omnipotencia. Dioses de plástico, ni siquiera son divertidos como los antiguos, que entraban en trance, hablaban lenguas extravagantes y hacían milagros.

Los errores del hubris se refuerzan con el pensamiento de grupo estudiado  por  Irving Janis, en su clásico texto “Victims of Groupthink: A Psychological Study of Foreign-Policy Decisions and Fiascoes”, enfocado en el bombardeo de Pearl Harbor, la Guerra de Vietnam y la invasión de Bahía de Cochinos, producidos por el pensamiento grupal, que se desarrolla cuando una secta se apodera del poder, se aísla y se cohesiona en torno a verdades creadas para lograr una identidad. Por lo general, quienes las conforman obedecen ciegamente a líderes autoritarios supersticiosos, rodeados de colaboradores con visiones uniformes del mundo.

Las peleas entre políticos cansan cuando producen hambre y desempleo

Suelen proceder de grupos social y étnicamente homogéneos, crean normas esotéricas y valores que conceden prestigio interno. Tratan de asemejarse entre sí, sea que conformen pandillas de maras salvatruchas o entornos presidenciales.

Cuando los que los respaldan roban, matan, o rompen la ley, su acción es buena porque defienden los intereses superiores de la secta. El pensamiento de grupo crea la ilusión de invulnerabilidad, pregona la superioridad moral de sus miembros, estereotipa a sus adversarios.  Prohíbe criticar, impide pensar, estudiar alternativas diversas a las que predica el caudillo, o plantear objetivos distintos a sus supersticiones. Alimenta a sus seguidores con información falsa sobre lo que ocurre en el resto del mundo.

El pensamiento de grupo es enemigo del método científico. Se basa en creencias, no contrasta hipótesis, desconfía de los estudios comparados. Postula la excepcionalidad: somos únicos, no nos parecemos a nadie, nuestra aldea es el universo.

El pensamiento de grupo busca la unanimidad. Mientras los institutos científicos valoran las diferencias y las resuelven recurriendo al estudio y a la experimentación, en el pensamiento de grupo rige la falacia de la autoridad: las discusiones se zanjan cuando el superior determina cuál es verdad. Ocurre lo que decía Walter Lippmann: “donde todos piensan igual, nadie piensa demasiado”.

En la sociedad autoritaria el líder es legítimo si representa a un Dios o encarna ciertos mitos. En democracia el dirigente necesita renovar de manera permanente la aceptación de la mayoría y el respaldo de grupos que manejan las instancias del poder. Los mitos son aceptables, hasta que el hambre prende fuego en el pasto seco.

*Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.