Le pasa a todos los gobiernos: cuando acumulan una serie de éxitos, creen que la buena racha será para siempre y olvidan que tarde o temprano, serán criticados por muchos de quienes lo aplauden. Pero si esto le sucede a todos los gobiernos en su mejor momento, se eleva al cuadrado en un gobierno integrado por personas nuevas en la política, que nunca acompañaron a otros en esa experiencia. Y más aún se eleva al cubo en un gobierno que por su inexperiencia, la mayoría de los pronósticos antes de asumir lo proyectaban fracasando rápidamente, incluso sin terminar su primer año de mandato. Y a la cuarta, si quien conduce ese gobierno es alguien que se siente predestinado por las fuerzas del cielo, y a quien Dios tocó su hombro para indicarle que su misión es salvar al país.
Esa es la situación hoy del gobierno de Javier Milei, padece Síndrome de Hubris elevado a la cuarta, creen que no solo han venido a protagonizar un ciclo exitoso de ocho años siendo reelectos, sino a iniciar un nuevo orden por mil años, un cambio cultural equivalente a la creación de una nueva civilización.
De los dioses griegos a los dioses de las finanzas: inflar egos o activos hasta que caigan
Solo una perspectiva así de ellos mismos, puede llevarlos a pelearse sistemáticamente con todos y al mismo tiempo: con la vicepresidenta, con el Papa y con la Unión Industrial la última semana. Y ya previamente lo había hecho hasta con las Naciones Unidas, y en el plano local con el periodismo, no ya con algunos periodistas, sino con la profesión en su conjunto, con los economistas, la universidad pública, con la ciencia, los artistas y todos aquellos con influencia en el debate público que puedan contradecir su visión de la realidad.
Protagonistas del discurso público que hace una década diagnosticaban Síndrome de Hubris en Cristina Kirchner, como Nelson Castro y Jaime Duran Barba, lo hacen ahora sobre Milei. Un mes atrás el título de la columna de Carlos Pagni que publica en El País de España ya era “Milei y el momento de la Hubris”.
“La pedantería es la peor droga de los poderes”, dijo el consultor ecuatoriano. Y darle poder al pedante para que se crea divino era el castigo de los dioses en la mitología griega, contra quienes se creían uno de ellos, para que cuando cayera lo hiciera desde la mayor altura.
Pero hacer subir algo para luego hacerlo caer con mayor velocidad y fuerza, no era solo una táctica asignada imaginativamente a los dioses griegos, sino también es en la actualidad, una estrategia de los inversores financieros cuya ganancia se produce en la diferencia entre comprar barato un activo y hacerlo subir lo más posible, para venderlo justo antes de que se lo perciba sobrevalorado.
Esto ya sucedió en la Argentina varias veces, con la revaluación del peso frente al dólar, y el valor de los activos financieros por baja del riesgo país, para que transcurrido cierto tiempo se desplome con aumento del precio del dólar y del riesgo país que determina la baja del valor de esos bonos.
Ejemplos de esos puntos de inflexión más cercano, primero fue durante la presidencia de Mauricio Macri, cuando el actual ministro de Economía Caputo anunciaba que los mercados compraban un bono a cien años para meses después en 2018 fuera la huida en masa de esos compradores, que pasaron a ser vendedores de todo bono argentino.
Y si corremos en el tiempo a 2001, antes del colapso de la convertibilidad y el default generalizado de Argentina, solo pocas semanas antes el título de todos los diarios era la baja del riesgo país por el éxito de reprogramación de deuda, lo que finalmente no fue suficiente para mantener la sobrevaloración del peso.
Otro ejemplo vecino que viene a cuento de la elogiosa tapa que esta semana la revista The Economist le dedicó a Javier Milei, destacando las lecciones que Trump podría extraer de los primeros once meses del presidente argentino concluye diciendo: “Make no mistake, the Milei experiment could still go badly wrong. (No nos equivoquemos, el experimento de Milei todavía puede salir muy mal)”. La más prestigiosa publicación económica y liberal del planeta bien sabe lo aleatorio y hasta evanescente que resulta el resultado económico, mejor reflejado que nunca en dos tapas, la de 2009 con “Brasil despega”, en pleno boom de la segunda presidencia de Lula y cuatro años después con “Brasil dañó todo”, representadas magistralmente por el Cristo Redentor de Río de Janeiro despegando verticalmente como un cohete hacia la estratósfera y la posterior cayendo con las piruetas de un globo desinflado.
Quienes hemos registrado la actividad de todos los presidentes de los 40 años de la democracia, sabemos qué diferentes son al comienzo del ejercicio de su gestión durante la luna de miel, o más o menos extendida por algún éxito siempre parcial, cuando se creen elegidos por la fortuna, y cuánto más sabios son después de haber pasado por el escarnio de la obsolescencia electoral donde la realidad los vuelve a traer a la Tierra.
Se interpretan sus desplantes a su vice, Francisco, o la UIA racionalmente, pero son puro Hubris
Quizás Milei nunca necesite realizar ese viaje de regreso al mundo de todos los demás, porque ya antes del ejercicio de la presidencia vivía en su realidad paralela, pero en algún momento, la opinión que los demás tengan de él sufrirá el descenso que todas las relaciones experimentan pasado el período de la ilusión, donde el otro es depositario de todos los deseos del deseante.
En las reacciones uno a a uno ya abusamos varias veces en estas columnas de cómo Jacques Lacan explicaba agudamente al enamoramiento como “dar algo que no se tiene a alguien que no es”.
Cuando el enamoramiento cede todos los reyes están desnudos como Carlos Menem, en los 90, el mejor espejo que podría desear Milei para él, que con el agotamiento de la convertibilidad dejó de ser alto, rubio y de ojos claros.