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Historias subterráneas

Escribió ensayos y novelas, fue amigo de Baudelaire pero después se convirtió en defensor del realismo.

Me dio curiosidad el libro El violín de fayenza, de un autor llamado Champfleury. Como el título en la tapa está en mayúsculas, creí al principio que la última palabra era un nombre propio, un apellido o una ciudad. Pero no: “fayenza” es un tipo de loza esmaltada, que en francés se llama “faïence” y que en España se conoce como “mayólica”. No tengo una idea clara de lo que es la fayenza, aun mirando fotos en internet, pero recuerdo que cuando yo era chico, se decía que las estaciones de las líneas C, D y E de los subterráneos de Buenos Aires estaban decoradas con mayólicas, lo que les daba cierto grado de distinción (en realidad, nunca hubo una línea tan linda como la A ni una tan fea como la B). De hecho, son las únicas líneas decoradas de ese modo y también las únicas construidas por La Compañía Hispano-Argentina de Obras Públicas y Finanzas, cuyas siglas son Chadopyf. Las obras de esas líneas se inauguraron en los años 34, 37 y 44, es decir no mucho antes de mi nacimiento. Por eso, era común que en mi infancia todavía se hablara de las mayólicas y también de la compañía, en particular porque la línea siguiente tardaría 63 años en inaugurarse.

De modo que antes de M. Champfleury, mi vida ya había entrado en contacto con la fayenza. Champfleury, seudónimo de Jules-François-Félix Husson (1821-1889), fue un escritor que tuvo una doble participación en la vida cultural francesa. Por un lado, escribió ensayos y novelas, fue amigo de Baudelaire pero después se convirtió en un ferviente defensor del realismo, de Flaubert y de los cuadros de Courbet. Estos son datos copiados de una biografía y todo hace suponer que fue un personaje menor, difícil de caracterizar más allá de esos datos que poco dicen y que se repiten de un lado a otro. Por otra parte, Champfleury fue un defensor de la fayenza como ejemplo del arte popular francés, aunque terminó muriendo en Sevres, donde dirigía el museo de la porcelana, producto ciertamente más fino que la fayenza.

En El violín de fayenza se habla con cierto desdén de la porcelana, a la que se califica de poco auténtica, a pesar de que el autor terminó trabajando para la competencia. La traición es parte de la trama de la novela, cuyos personajes principales son dos coleccionistas de fayenza, dos amigos que primero se contagian la pasión y luego se engañan para conseguir las mejores piezas, de las que el violín es la más espectacular. Finalmente, uno muere, el violín se destruye, y el otro se casa cuando se cura del vicio de coleccionar. Pero todo tiene un tono absolutamente ligero, como el de las viñetas con las que los artesanos ilustraban algunas de sus piezas con contenidos costumbristas, cómicos o picarescos (las del subte porteño, en cambio, las recuerdo más bien sosas).

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El violín de fayenza parece un indirecto homenaje a un tipo de arte sin pretensiones, aunque también sin concesiones. Champfleury no intentó escribir Bouvard y Pécuchet, aunque su novela evoca en cierto modo a la de los dos copistas alienados.

Lo que la hace distinta, y en cierto modo distinguida, es que a pesar de las peripecias (algunas de ellas muy cómicas, como la de la sirvienta que simula ser sorda), hay en ella un estatismo al que no es ajena la fayenza. Cuando terminé de leer exclamé, como signo de aprobación: “¡Chadopyf!”.