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Hanif Kureishi arremete con ironía contra el fascismo contemporáneo

Desde su blog, “The Kureishi Chronicles”, el escritor británico describe lo que él llama su “aventura de supervivencia”, después del accidente doméstico sufrido en diciembre de 2022 en Roma que lo dejó en silla de ruedas. Emulando a otro británico del siglo XVIII, Jonathan Swift, el autor de “Las aventuras de Gulliver”, Kureishi habló de su deseo de convertirse en un fascista: “En lugar de intentar patéticamente cambiar el mundo, me cambiaré a mí mismo”.

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Kureishi. Arriba: el escritor británico con la gorra MAGA (Make America Great Again). Abajo: Donald Trump. Arriba: su último libro. | cedoc

En octubre del año pasado nos referimos en esta página al escritor Hanif Kureishi (Londres, 1954), a propósito de la publicación de su libro Shattered: A Memoir (Destrozado: una biografía), donde plasma su “aventura de supervivencia” al quedar tetraplégico por un accidente doméstico que sufrió en Roma en diciembre de 2022. Allí expone que escribir es su forma de perdurar contra la inmovilidad. Más allá del libro, lleva adelante un blog: hanifkureishi.substack.com, donde publica todo tipo de apreciaciones. Y a principios de este mes lo demuestra con un texto ejemplar titulado: “¿Por qué me estoy convirtiendo en fascista?”

Evocando la misantropía del dublinés Jonathan Swift (1667-1745), aplica la sátira a la llegada al poder de Donald Trump y el fenómeno global de las nuevas derechas en distintos países del mundo, del que no somos ajenos en absoluto. Y así imagina qué sería considerar su rechazo a esto como una mala apreciación, que él está equivocado y entonces abrazar ese ideario sería la solución:

“Quiero sentirme tan entusiasmado como los locos de derechas; quiero creer que las cosas mejorarán, que habrá un futuro habitable para nuestros hijos. Estoy harto del pesimismo; harto de que las cosas no salgan como yo quiero. Así que, en lugar de intentar patéticamente cambiar el mundo, me cambiaré a mí mismo. Será un proceso de reeducación y replanteamiento. Una conversión completa.”

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“Ah, el glorioso futuro que estamos construyendo. Imagínenselo: un mundo en el que cada esquina tenga una estatua de un hombre fuerte, contemplando heroicamente a los niños marchando en perfecta formación hacia escuelas que sólo enseñan una materia: lo grandiosa que es la nación. ¿Bibliotecas? Quemadas. ¿Museos? Reutilizados como campos de entrenamiento para milicias. Todos los ciudadanos llevarán un uniforme, preferiblemente beige, para eliminar el azote de la individualidad.”

“La economía prosperará bajo un sistema de autarquía forzada: sin importaciones ni exportaciones, sólo muchas patatas y orgullo nacional. La inmigración estará totalmente prohibida, salvo la importación de chivos expiatorios extranjeros a los que echar la culpa cuando las cosas inevitablemente se desmoronen. Y no olvidemos la obligatoria “Hora del Odio”, en la que todos nos reuniremos en las plazas de las ciudades para gritarles a los hologramas de enemigos imaginarios. Es un futuro tan brillante que necesitarás anteojeras, aunque no tendrás otra opción, ya que el libre pensamiento será considerado una traición.”

La referencia a las patatas (Solanum tuberosum, nuestra papa), único alimento de los niños en la miseria de Irlanda hacia el 1700, es una clara referencia a “Una modesta proposición” (1729) del mencionado Jonathan Swift, texto satírico considerado fundador del humor negro por André Breton. Género que lleva a una explosión crítica de Kureishi donde el aburrimiento de lo normalizado en el pensamiento único implica hasta el ridículo al mal contemporáneo de las redes sociales:

“¡Viva el odio y la revolución!

“Ha pasado una semana y resulta que ser fascista es mucho menos emocionante de lo que había imaginado. Pensé que habría manifestaciones, apretones de manos secretos y hogueras de libros de mis amigos; incluso de los míos propios, tengo copias de repuesto en varios idiomas en mi sótano, listas para usar. He intentado reunir algo de entusiasmo por las guerras culturales, pero honestamente, ¿cuántas horas puede uno pasar despotricando sobre los baños neutrales en cuanto al género antes de que todo comience a sentirse trivial y amargo? La verdad es que el fascismo no es el gran espectáculo que me prometieron, no es ni de lejos una manifestación de Núremberg: la mayor parte de la actividad ocurre en Facebook.”

Y en el párrafo final, Kureishi va contra ese mal que atraviesa nuestro mundo, encarnado en múltiples tiranías: “El nacionalismo, con toda su pompa y fanfarronería, es en última instancia un credo hueco. Promete gloria pero ofrece división, predica unidad pero se nutre del miedo. Es una historia que ya hemos oído antes: banderas ondeantes, enemigos inventados y el pasado reescrito para justificar el presente. Pero debajo de la pompa hay un vacío, una necesidad de-sesperada de culpar a otros por las complejidades de la vida moderna. La verdad es que ninguna nación es una isla, ningún pueblo es puro y ningún muro puede impedir el paso de las realidades de un mundo compartido. El nacionalismo es una estafa, un truco barato que se juega a quienes anhelan la simplicidad en un mundo intrincado. Y aunque puede ofrecer un consuelo fugaz a algunos, se produce a costa de la empatía, el progreso y las mismas libertades que dice proteger. Así que no, no levantaré el brazo en señal de saludo ni caminaré a paso de ganso hacia esta ilusión. El futuro merece algo mejor que uniformes beige y cuadros llenos de odio.”

Llama la atención cierta similitud con lo escrito por Jorge Luis Borges en “Nuestro pobre individualismo”, Otras inquisiciones: “Las ilusiones del patriotismo no tienen término. En el primer siglo de nuestra era, Plutarco se burló de quienes declaran que la luna de Atenas es mejor que la luna de Corinto; Milton, en el XVII notó que Dios tenía la costumbre de revelarse primero a sus ingleses; Fichte, a principios del XIX, declaró que tener carácter y ser alemán es, evidentemente lo mismo. Aquí, los nacionalistas pululan; los mueve, según ellos, el atendible o inocente propósito de fomentar los mejores rasgos de los argentinos. Ignoran, sin embargo, a los argentinos; en la polémica, prefieren definirlos en función de algún hecho externo; de los conquistadores españoles (digamos) o de una imaginaria tradición católica o del ‘imperialismo sajón’.”