Leo siempre, y siempre con el mayor interés, las notas que Américo Schvartzman publica aquí en el diario PERFIL. Hice lo propio con la que, hace unos días, escribió sobre la guerra en Medio Oriente. Su último párrafo, en particular, el que habla de un sentirse obligado a hacer pública una mirada, no ha dejado de rondarme.
Subrayo en ese artículo dos ideas en especial: la necesidad de retrotraerse más allá del 7 de octubre de 2023 y la necesidad de estar alertas frente al “antijudaísmo creciente en el mundo actual”. Porque, en efecto, ese 7 de octubre no fue un punto cero en el tiempo. Y en efecto, el antijudaísmo cunde. ¿Cómo atender a la vez a lo uno y a lo otro? No estoy seguro de conseguirlo, como sí lo consiguió Schvartzman.
El 7 de octubre no fue un punto cero. Hay mucho por cuestionar en los hechos previos (y hay mucho por deplorar en los hechos subsecuentes); pero los ataques de ese día fueron especialmente graves y me resultan demasiado cercanos ciertos sectores que, para mi estupor, directamente no los repudiaron (quienes denuncian habitualmente abusos sexuales de toda índole dejaron sin lamentar las violaciones ocurridas esa vez, o después, con las rehenes).
Retomando la imprescindible distinción planteada por Schvartzman entre los judíos en general y ciertas “políticas criticables de las dirigencias del Estado de Israel”, entiendo que cabe hacer también una distinción entre las políticas criticables de ese Estado y su derecho mismo a la existencia. Que pudo sostenerse muchas veces en criterios cuestionables, al menos para quienes descreemos de endogamias de presurización; pero que encontró en el Holocausto un punto histórico de inflexión (sigo en esto lo planteado por Isaac Deutscher en Los judíos no judíos).
Gobierna en Israel una fuerza política retrógrada, ligada al fundamentalismo religioso. Gobierna en Gaza (no así en Cisjordania) una fuerza política retrógrada, ligada al fundamentalismo religioso. Rechazarlas como tales no supone medianía, tampoco neutralidad. Es toma de posición y una apuesta convencida a la convivencia de los pueblos. Ahora más que nunca, justamente porque no parece posible. A la manera de la West-Eastern Divan Orchestra: reclamar, aun desde la desazón, que lo imposible se vuelva posible.