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Gobernar la ira

Milei Temes
Los insultos se naturalizaron y la verborragia legitima a la extrema derecha. | Cedoc

Wiston Churchill será eternamente recordado por haber alertado sobre los peligros que el nazismo conllevaba para la democracia occidental en las primeras décadas del siglo veinte. La Primera Guerra Mundial era todavía un recuerdo tristemente muy presente en Europa, cuando el político británico se convertía en un antipático vaticinador de nuevos sufrimientos. Sangre, sudor y lágrimas. Nadie quería dar crédito entonces de los trágicos anuncios que anticipaba aquel malhumorado conservador sobre el riesgo de la carrera armamentista que estaba iniciando Hitler en Alemania. Pero la historia demostró que Churchill estaba en lo cierto.

Un siglo después aparecen nuevas amenazas para la democracia en Occidente. Y, como sucedió antes, las avisos no están siendo ahora debidamente atendidos. Es precisamente ese dilema el que se plantea en Democracias en extinción, un muy interesante ensayo que acaba de publicar el italiano Steven Forti. Historiador y analista político, docente en Historia Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona e investigador del Instituto de Historia Contemporánea de la Universidad de Nueva de Lisboa, Forti es un cientista social que se especializa en el estudio del neofascismo y en este libro se interroga sobre los nuevos desafíos que se presentan para la democracia moderna.

El ensayo parte de una inquietante pregunta: la democracia es aún “un arma cargada de futuro” o, en cambio, estamos presenciando “la última generación que ha tenido la suerte de vivir en un sistema democrático”. Democracias en extinción recuerda que hay cada vez más estudios que señalan que el número de países democráticos viene en franco retroceso desde hace dos décadas y también sostiene que la calidad de la democracia es cada vez menor en los últimos años en términos de institucionalidad y de gobernanza a nivel mundial.

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Aunque si bien es cierto que hay muchas causas que permiten explicar este flagelo, entre las que se pueden mencionar distintos fenómenos sociales o económicos, es imperioso detenerse en el actor que asume la mayor responsabilidad a la hora de impulsar la degradación y la degeneración de las democracias contemporáneas: la extrema derecha. Hablamos de los Milei en Argentina, los Trump en Estados Unidos, los Bolsonaro en Brasil, los Abascal en España, las Meloni en Italia, las Le Pen en Francia, los Orbán en Hungría y los Bukele en El Salvador, por citar algunos de los casos más emblemáticos.

El principal aspecto a tener en cuenta para este nuevo escenario reside en el paulatino fenómeno de normalización, desdiabolización y legitimación de la derecha antisistema de las últimas décadas. Las derechas antidemocráticas se han decodificado en el lenguaje político cotidiando y se han naturalizado. Este proceso de “pausterización del extremismo” que antes era rechazado por su raíz antidemocrática, se produce a medida que los líderes de la derecha radical se presentan como una suerte de antídoto contra el populismo y los políticos tradicionales, que son representados como los causantes de todos los problemas.

Hay una normalización, desdiabolización y legitimación de la extrema derecha.

Es tan fuerte la verborragia y son tan duras las formas de quienes la expresan, que en los últimos tiempos hasta ha dejado de sorprender el improperio, la crueldad y la virulencia emanada desde un palco presidencial. En estas horas, por caso, Milei insultó de una manera horrible a Ginés González García poco tiempo después de su fallecimiento y, más tarde, el presidente argentino dijo que quería aniquilar al kirchnerismo, con Cristina Kirchner dentro del cajón fúnebre. Insultar y matar a la oposición: así mueren las democracias.

Otro cientista social italiano viene advirtiendo desde hace un tiempo sobre el riesgo que presentan estos violentos dirigentes outsiders. Se trata de Giuliano Da Empoli, autor de dos trabajos que han generado impacto en los últimos años: Los ingenieros del caos –un riguroso ensayo en el que analiza la utilización de las nuevas tecnologías y redes sociales en favor del relato de la derecha extremista– y El mago del Kremlin –un ágil nonfiction que se basa en la historia real de un asesor de Putin, para recrear una historia ficticia en la que la Rusia actual rememora lo peor del stalinismo–.

Da Empoli estuvo esta semana en Buenos Aires y, otra vez, volvió a alertar sobre el difícil escenario que atraviesan las democracias por estos días. Sociólogo y ensayista, docente del Instituto de Estudios Políticos de París y director del think tank Volta, Da Empoli concibió la figura que sintetiza la peor amenaza para la convivencia democráctica: ira más algoritmo. Viralización, sudor y lágrimas. Algo que explica, en parte, la alianza de Milei y Trump con Elon Musk. La estrategia de los ingenieros del caos es maximizar el enojo a través de las redes sociales para potenciar la anarquía y el desconcierto, y luego presentarse como los garantes de la gobernabilidad.

Porque si bien es cierto que la ira siempre ha existido en todas las sociedades y en todas las épocas, y también es verdad que hay estructuras en la historia que la han podido canalizar de alguna manera para proyectarlas en un horizonte más amplio (la Iglesia, la revolución burguesa, la revolución socialista, etc), siempre había en esos ejemplos un espacio temporal y territorial que les ponía límite. Esto es algo que ha cambiado ahora con la digitalización de la violencia. Gobernar la ira se ha convertido en una tarea más sencilla. Y también, más peligrosa.