Durante una visita a la Argentina patrocinada por el Departamento de Estado, Disney recurrió a Molina Campos a fin de obtener asesoramiento para recrear La Pampa y sus personajes, en cortos como The Flying Gauchito. A la pantalla llegó una versión infantil del gran ícono argentino. Manso, casi tonto. Nada de hacer foco en lo que tiene en común con los rudos cowboys. No era la primera vez que el estudio se encargaba de los nuestros; ya en Galopin Gaucho, de 1928, los vemos como jinetes amantes de las peleas, la guitarra y las mujeres, más próximos a la realidad. En su clímax, el corto parodia la danza que, un año antes, habían ejecutado el bello Douglas Fairbanks y la bomba mexicana Lupe Vélez, en el largometraje El gaucho. Los chiripás estaban en alza.
Casi un siglo más tarde, el año pasado, dirigido por Michael Dweck y Gregory Kershaw, se estrenó el documental Gaucho Gaucho (es evidente que, al menos para los norteamericanos, el sonido de la palabra resulta tan atractivo como para no dejar lugar al uso de otra), premiado en Sundance. Con Salta en blanco y negro, muy estilizado, le pifia con la música, pero tiene varios aciertos, más que nada en la elección de paisajes y personajes, que incluyen baqueanos, domadores, costureras, cantores y un gran hallazgo: Guada, la chica que entrena con parientes y amigos para participar de las domas como los hombres, pese al riesgo extra para alguien de su talla y fuerza. También destacan las escenas que muestran la relación con los animales, cargada de mística y saberes que no tienen espacio en la vida urbana hecha de minimascotas, y la instrucción que reciben los nenes, habilísimos con los caballos y el fuego, obligados a llevar cuchillo, lazo y machete no bien empiezan a salir solos al campo.
Pionero en el interés por las representaciones camperas y los juegos de espejo, Sarmiento había percibido con horror una similitud entre los gauchos y los beduinos del norte de África: “Las hordas beduinas que hoy importunan con sus algaradas y depredaciones las fronteras de Argelia dan una idea exacta de la montonera argentina... La misma lucha de civilización y barbarie, de la ciudad y el desierto existe hoy en África; los mismos personajes, el mismo espíritu, la misma estrategia indisciplinada entre la horda y la montonera”.
Es que, real o ficticio, el gaucho anduvo por muchos caminos. Hay una analogía francoparlante en los camargues provenzales, jinetes que cuidan vacas, se visten casi igual que los gauchos e incluso tienen de enemigos a los mosquitos. También francés, aunque italiano, Lino Ventura es tildado de “gaucho” y “hombre de las Pampas”, debido a su estilo hiperviril, en Les tontons flingueurs. Más tiernos, en Japón, pulularon músicos cosplayers de Yupanqui, fans del malambo, con botas de potro y bombachas. Gauchos para todos los gustos: el fantástico seductor a la Valentino, o el paradojal de Gardel, que habiendo nacido en Francia tenía que vestirse de gaucho para tocar allá. Y el gaucho drag de Azucena Maizani, que conecta con el gaucho pop de historietas como Drago. Gauchos posta o inventados, europeos, asiáticos, africanos y americanos, pero fatalmente argentinos.
Aunque es cierto que varios famosos convites gauchescos todavía tienen lugar de Norte a Sur, como los que hacen honor a Güemes y a Santa Rosa de Lima, en Salta, y la Fiesta Nacional del Puestero, al pie del volcán Lanín, en Junín de los Andes, pasando por los de Cuyo, el Litoral o la provincia de Buenos Aires, el futuro no se vislumbra demasiado festivo. En Gaucho Gaucho, los protagonistas hablan de su presente, muy difícil en relación al pasado, que tampoco fue fácil. En lucha contra el clima, los nuevos sistemas productivos o los predadores, son un grupo con la –cada vez más extemporánea– pretensión de mantener sus tradiciones, en un mundo que va en la dirección opuesta. “Seguiremos hasta que nos dé el cuero”, dice, melancólico, un baqueano, a sabiendas del destino mortífero que acecha a los suyos. En comunión con la naturaleza y ante la deserción de las nuevas generaciones que huyen tentadas por las promesas de la modernidad, hay gauchos que perseveran. Sin reclamos explícitos, solamente por existir, hacen pensar en las contradicciones de una civilización que, aun renegando tantas veces de Sarmiento, los condena a la larga agonía de Moreira.