No previenen mayormente los desmanes, para que no lleguen a producirse; y si se producen, no atinan a neutralizarlos. Llegado el caso, peor aún, más bien los agravan: aumentan su intensidad y proceden habitualmente a su desparramo general. No calman, enardecen; no contienen, azuzan; no controlan, descontrolan (y hasta llegan a descontrolarse ellos mismos); para llegar al eventual restablecimiento del orden, antes promueven un desorden mayor: corridas, tumultos, apretujamientos, caídas. Al malhechor que pueda haber, raramente lo detienen; y en rigor, no parecen intentarlo siquiera: cuando irrumpen en las gradas, premeditadamente feroces, no van por este o aquel, no van por estos o aquellos; irrumpen para golpear a mansalva a quien quiera que les quede al alcance: al ajeno (y por ajeno, incauto), al inerme, al despacioso, y solo por azar a un culpable. La violencia que rabiosamente ejercen no es de orden ni es de ley, es violencia de aleccionamiento, es violencia de intimidación; por eso le dan a cualquiera, por eso le dan al que le toque. Eximidos por favoritismo del riguroso cacheo previo, acceden a las tribunas con palos y cachiporras y escudos de formación especial; se valen del gas pimienta que, aunque inocuo en materia de daño, ocasiona picazones molestas, efímeras pero ingratas. Van siempre de visitantes, aunque no haya visitantes, y les gusta copar la parada. Actúan, en fin, como una barra brava: la barra brava del Estado. Se enardecen cuando presienten impunidad (la presienten o la saben), porque cuentan con respaldo oficial, como ocurre actualmente en la Argentina con las políticas de fortalecimiento del Estado (en materia represiva, ¿no? En salud o educación, es justamente lo contrario).
Esta barra hoy tiene jefa, tiene jefa y su apodo es Pato. Digita todo. Y mete miedo: se dice de ella que ha matado nada menos que a un niño. ¡Matar a un niño! Horror mayor, qué duda cabe; y quien ha dicho eso de ella (una cosa tan terrible no se dice por decir) es tan luego el actual jefe de Estado (no queda claro si, cuando la designó, lo hizo a pesar de eso o lo hizo por eso mismo). Como ocurre en este tiempo, que en las manifestaciones de protesta en la ciudad cortan ellos mismos las calles para impedir que las corten los manifestantes (lo que evidencia que lo que está de por medio no es ningún “derecho de circulación”), no irrumpen en las tribunas para acabar con la violencia de las barras y proteger a los hinchas comunes: irrumpen con su violencia de barras y agreden a los hinchas comunes (¡a los que a veces terminan defendiendo los barras!). Es lo que pasa a menudo en las canchas, no estoy pensando en ningún caso en particular.
Cómo olvidar lo que sucede en Hombre de la esquina rosada de Borges, entre la barra del Corralero (visitantes) y los hombres de Villa Santa Rita (locales), cultores de sus propias violencias, cuando “un ruido de jinetes” los alerta de que la policía se está aproximando al lugar. “Quien más, quien menos, todos tendrían su razón para no buscar ese trato”.