Jorge Mario Bergoglio, antes de ser sacerdote, fue profesor de Literatura y Psicología en la escuela jesuita Inmaculada Concepción de Santa Fe entre 1964 y 1965. Aficionado a los ejemplos, tramitó que Jorge Luis Borges en persona dictara clases, a la vez que dialogara con sus alumnos. María Kodama contaba que de esa experiencia Borges conservaba un gran concepto de quien sería el papa Francisco, reconocía que esos jóvenes tenían un guía literario.
En la Carta del Santo Padre Francisco sobre el papel de la literatura en la formación, publicada por el Vaticano el 4 de agosto de 2024, deja un mensaje sobre que la lectura es mucho más que una herramienta, que un hábito. Culmina la misma con una cita de Paul Celan: “Quien realmente aprende a ver se acerca a lo invisible”. Es decir, leyendo vemos más allá de lo aparente. De ese texto, a continuación, reproducimos su posición como lector apasionado (es decir, perdido en la lectura misma).
Tanto para sacerdotes en formación como para cualquier humano, destaca “la importancia que tiene la lectura de novelas y poemas en el camino de la maduración personal”. Y es más, destaca el valor de la misma “cuando ni siquiera en la oración conseguimos encontrar la quietud del alma, un buen libro, al menos, nos ayuda a ir sobrellevando la tormenta, hasta que consigamos tener un poco más de serenidad”. Porque la lectura abre “espacios de interiorización que eviten que nos encerremos en esas anómalas ideas obsesivas que nos acechan irremediablemente. Antes de la llegada omnipresente de los medios de comunicación, redes sociales, teléfonos móviles y otros dispositivos, la lectura era una experiencia frecuente, y quienes la han vivido saben de lo que hablo. No es algo pasado de moda”.
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Y en la disección del acto lector, su negociación por dar y también recibir, es la página la que desata la experiencia estética, la sensibilidad, la que demanda. Porque “en la lectura de un libro, el lector es mucho más activo. En cierta forma él reescribe la obra, la amplía con su imaginación, crea su mundo, utiliza sus habilidades, su memoria, sus sueños, su propia historia llena de dramatismo y simbolismo, y de este modo lo que resulta es una obra muy distinta de la que el autor pretendía escribir. Una obra literaria es, pues, un texto vivo y siempre fecundo, capaz de volver a hablar de muchas maneras y de producir una síntesis original en cada lector que encuentra. Al leer, el lector se enriquece con lo que recibe del autor, pero esto le permite al mismo tiempo hacer brotar la riqueza de su propia persona, de modo que cada nueva obra que lee renueva y amplía su universo personal”.
El carácter paliativo de la lectura, señala, va más allá, es una forma de ampliar las capacidades individuales porque “muchos científicos sostienen que el hábito de la lectura produce efectos muy positivos en la vida de la persona; la ayuda a adquirir un vocabulario más amplio y, por consiguiente, a desarrollar diversos aspectos de su inteligencia. También estimula la imaginación y la creatividad. Al mismo tiempo, esto permite aprender a expresar los propios relatos de una manera más rica. Además, mejora la capacidad de concentración, reduce los niveles de deterioro cognitivo, calma el estrés y la ansiedad”.
Nos prepara para comprender y, por tanto, para afrontar las diferentes situaciones que pueden presentarse en la vida. En la lectura nos zambullimos en los personajes, en las preocupaciones, en los dramas, en los peligros, en los miedos de las personas que finalmente han superado los desafíos de la vida
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Más tarde cita a Marcel Proust respecto a qué desencadena la lectura de novelas: “Todas las dichas y desventuras posibles, de esas que en la vida tardaríamos muchos años en conocer unas cuantas, y las más intensas de las cuales se nos escaparían, porque la lentitud con que se producen nos impide percibirlas”. (Por el camino de Swann; En busca del tiempo perdido).
Lo benéfico de la lectura lo define también citando al irlandés C.S. Lewis: “Al leer buena literatura me convierto en un millar de hombres y sigo siendo yo mismo. Como el cielo nocturno del poema griego, veo con miles de ojos, pero sigo siendo yo quien ve. Entonces, como en la fe, en el amor, en acción moral y en conocimiento; me trasciendo a mí mismo, nunca realmente soy más yo que cuando lo hago”.
Con el afán de despertar el amor por la lectura entre los fieles, menciona a Jorge Luis Borges, lo evoca, porque si al leer encontramos una dificultad en el mismo acto está su relevancia: “Quizás al comienzo iban a entender poco de lo que estaban leyendo, pero que en todo caso habrían escuchado ‘la voz de alguien’. Esta es una definición de literatura que me gusta mucho: escuchar la voz de alguien. Y no nos olvidemos qué peligroso es dejar de escuchar la voz de otro que nos interpela. Caemos rápidamente en el aislamiento, entramos en una especie de sordera ‘espiritual’, que incide negativamente también en la relación con nosotros mismos y en la relación con Dios, más allá de cuánta teología o psicología hayamos podido estudiar”.