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Fingir demencia

“Fingir demencia”. Se dice a cada rato, se lee a cada rato, se oye a cada rato. La frase se instaló en el uso general, como pasa con tantas frases, y a la larga declinará, como pasa en esos casos también. Mientras tanto, es una fórmula que aparece y reaparece con insistencia. Sugiere un “hacerse el boludo” (pero “hacerse el boludo” se desgastó y ha perdido fuerza), no darse por enterado de algo, no hacerse cargo de algo.

No deja de llamar la atención que sea esa precisamente la expresión hoy tan en boga. “Fingir demencia” y no “hacerse el loco”, aunque parezcan intercambiables. Porque puede haber algo en cierto modo atractivo en la idea de hacerse el loco, sugiere creatividad, sugiere algo divertido. Fingir demencia remite en cambio (y la palabra “demencia” está entonces muy bien elegida) a esa zona por lo demás tan sombría de la locura que es la pérdida de conexión con la realidad y con el sentido.

Ricardo Piglia en La loca y el relato del crimen planteó el desafío de dar sentido al sinsentido. Horacio Ferrer en su tan transitada balada figuró a un “loco lindo”, a la manera de un Loco Gatti o un Loco Chávez. Roberto Arlt en Los siete locos les asignó un contrapoder posible (al Tercer Premio Municipal que recibió por esa novela hoy se lo denominaría “curro”). Pero la frase de “fingir demencia” remite más bien a José Ingenieros y a La simulación de la locura en la lucha por la vida, porque es el encuadre que pone mejor el foco en la cuestión del fingimiento.

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¿Y por qué será que en este tiempo (es la clase de cosas que en los giros del lenguaje se marca) importa tanto la cuestión de la demencia fingida? Y más aún, ¿por qué importa discernir si la demencia se finge o no, si es supuesta o verdadera, si se actúa o es real? Viene a cuento, según creo, aquella observación que propuso Jean Baudrillard en Cultura y simulacro, según la cual, para fingir locura en ciertas circunstancias, es preciso estar un poco loco de verdad. Baudrillard ponía el ejemplo del examen de admisión en el ejército de los Estados Unidos. Pero bien podemos pensar nosotros en otros casos, más riesgosos todavía, que perturban nuestro tiempo, que pueden perjudicar a muchos, donde el hacerse el loco o el serlo se entreveran en una misma oscuridad.

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