La lluvia calma, moja, cambia. Un plan puede volverse otro si nos dejamos abrazar por esa exterioridad. Ser parte del universo es salir por la tangente del yo, poder quitar el pie del camino que se embarra, rearmar planes, darle espacio a la sorpresa.
Alguien me dice con satisfacción. “A mí no me para ni la lluvia”. Me quedo en esa frase, desovillándola. ¿Por qué querríamos no parar?
Desoír el designio de la naturaleza es tan sordo como darle a la ciencia valor de verdad absoluta, como opinar sin leer o desconocer los límites entre lo público y lo privado.
Nuestro mundo es una serie de pequeños sistemas interconectados, una red de relaciones hacia afuera y hacia adentro. Todo es una relación. No solo las que entablamos con las personas. También aquellas que mantenemos con la salud y la enfermedad, con el tiempo, con las mascotas, los objetos, los trabajos...
El modo en que nos relacionamos con lo que nos rodea dice mucho del modo en que nos tratamos a nosotros mismos. Los objetos, por ejemplo, nunca van a decirnos que somos tóxicos –porque no hablan– aunque sí podrán romperse, dejar de funcionar, perderse o hasta desaparecer.
Si nunca amaron a una lapicera o le pusieron nombre a una bici, deberían hacerlo. ¿Probaron con escribirle un poema a una parte de la casa? A Gastón Bachelard le gusta esto. Existe un inmenso abanico de relaciones amigables. Se empieza por los objetos, amando lo que tenemos, reparando lo que se ha roto, lo que nos dan, lo que encontramos o hemos heredado ¡aunque esté viejo! Se sigue, aceptando regalos, incorporando lo ajeno o aquello que nunca hubiéramos elegido. También acompañando con cuidado las puertas que se cierran mal, o descartando al compost aquello que se pudre en la heladera.
Cuando nos separamos de una pareja, de nuestra casa de origen, o de nuestro barrio, en verdad nos separamos de una parte de nosotros. El modo en que lo hacemos, también puede pensarse como una relación nueva y reparadora. No toda separación termina en soledad y desasosiego. Si se logra restituir, en lugar de romper, es posible reeditar una relación más verdadera con uno mismo. No es que sea fácil. Pero sí es posible. Reescribir páginas es siempre más complicado que encarar la página en blanco.
Relacionarse bien con otros es, antes que nada, poder relacionarse bien con uno mismo. Hablarse bien, darse buena comida y bebida, felicitarse más veces por el esfuerzo realizado. En definitiva: tratarte como te gusta que te traten.
El vínculo primario con uno mismo, esa reconciliación con las propias debilidades y fortalezas, se expande a la pareja, a los hijos, a los amigos. Vincularse bien es aceptar los lugares tristes, las pasiones vibrantes y los estados aflictivos o las zonas oscuras. Desde ese encuentro honesto es que uno puede expandirse hacia los otros.
Aceptar las limitaciones propias es comprender que hay límites en los demás, pero también potencia productiva; otros con barreras y con inmensas capacidades que también están, o estaban desde antes, en nosotros.