Si es por eso, también el macrismo libró a su manera la tan trillada “batalla cultural”. Si es por poner a circular ciertas ideas, o ciertas fórmulas con aspecto de ideas, y lograr que obtengan un grado considerable de adhesión social, no es verdad que no lo hicieran. Lo hicieron con menos declamaciones vociferantes, eso sí, sin tanto alarde y megalomanía; pero lo hicieron. Apuntaron a generar un clima de época con la revolución de la alegría, tan de globos y bailoteos; traspasaron la noción de cambio al plano del conservadurismo; traspasaron al lenguaje de lo privado (“la mía”, “la nuestra”) elementos de la esfera pública. Persuadieron a unos cuantos de que la prosperidad del país entero se alcanzaría con la prosperidad aumentada de los más poderosos, pues acabaría por derramarse en algún momento hacia los demás. Prometieron un futuro al alcance, alentando así la esperanza: lo anunciaron para el “segundo semestre”, lo figuraron como una “lluvia de inversiones”, lo presagiaron como “brotes verdes”. Instalaron como sentido común los valores de la República, haciendo pulular por doquier batallones de fiscales de niveles de republicanismo en sangre; el “respeto por el que piensa distinto”, reclamado sin cesar, dominó la escena pública. Generaron el respaldo social suficiente para hostigar, desde lo financiero, los espacios de producción de conocimiento, los espacios de memoria. Apostaron a suplirlos con slogans: frases huecas, efectivas. Se nutrieron de la antipolítica, sin moverse de la política.
Pero las cosas no anduvieron bien. No hubo derrame, no hubo alegría, no hubo lluvia de inversiones. Globos y monigotadas se revelaron en un momento dado como lo que en verdad habían sido desde el vamos: una pavada; las promesas de un futuro dichoso se toparon bruscamente con la evidencia de su falsedad total; el respeto y el republicanismo resultaron ser hipocresía pura, ya que esos votos terminaron yendo al menos republicano, al más irrespetuoso de todos.
Hubo batalla, con menos ruido: menos clarines, menos redobles, menos alaridos destemplados. Y si terminó por diluirse al cabo, fue por aquello de la determinación en última instancia, que sigue perfectamente en pie.