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Asuntos internos

¿Escuchar es leer?

La pregunta es banal, pero sirve como puntapié inicial para pensar algunas cosas (o mejor dicho para dar cuenta de lo que piensan algunos sobre ciertas cosas). La pregunta es: ¿si escucho un libro en vez de leerlo, estoy leyendo? O en otras palabras: respecto a la lectura tradicional, ¿en qué lugar se ubica escuchar un audiolibro? No es la primera vez que tocamos ese tema en este lugar, recuerdo haber hecho un confortable viaje en auto al sur escuchando I promessi sposi leído en italiano por Paolo Poli. La experiencia duró más de treinta horas, y fue muy agradable, sobre todo porque la voz de Paolo, pero además porque, llegado a un punto, ocurrió algo extraño: la voz en mis oídos se fundía con mi propia voz, del mismo modo que las palabras en la página de un libro se vuelven mi voz interior cuando leo.

Adoro el lenguaje escrito, no hace falta que lo diga, pero antes de esa experiencia pensaba que había complejidades y matices que un audiolibro no podía reflejar. Pero durante ese viaje comprendí que hay complejidades y matices en los audiolibros que el texto escrito no puede reflejar. Por ejemplo, quien escucha un libro puede perderse algunos juegos de palabras, pero del mismo modo, quien lo lee puede no percibir muchos juegos de palabras basadas en el sonido y en la pronunciación.

Es difícil medir científicamente la diferencia estre escuchar y leer de manera tradicional. En 2016, un grupo de científicos estadounidenses lo hizo. Sometió a tres grupos de personas al mismo texto, pero suministrado de tres modos distintos: a través de la lectura en una pantalla, en formato audio y en la llamada “modalidad dual”, esto es, leyendo y escuchando al mismo tiempo. El estudio no advirtió ninguna diferencia significativa en la comprensión del texto en los tres grupos: las mismas áreas del cerebro estaban activas con la misma intensidad, tanto cuando se escuchaba como cuando se leía.

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El origen del audiolibro no es tan reciente, se remonta a 1877, cuando Thomas Edison creó el fonógrafo, el primer aparato capaz de reproducir sonidos grabados. Entre las primeras aplicaciones pensadas por Edison estaba justamente poder escuchar cuentos y novelas. A causa de los límites tecnológicos de la época, las grabaciones no podían durar más de cuatro minutos, y de hecho la primera prueba hecha por Edison consistió en grabar un breve poema infantil, “Mary dad a little lamb” (mucho después, en 1983, le pondría música Stevie Ray Vaughan).

El audiolibro fue pensado sobre todo para el público no vidente, o para quien tiene problemas de vista o incluso para quienes sufren dislexia. Pero naturalmente a partir de la existencia del audiolibro digital, que apareció en 1997, el recurso tomó carrera (hoy se pueden escuchar audiolibros haciendo uso de muchas plataformas y aplicaciones). Pero el debate audiolibro sí-audiolibro no parece tener origen en una definición parcial de lectura, que en el mundo contemporáneo se considera una actividad silenciosa. Pero eso no siempre fue así. En el libro En el viñedo del texto, el escritor austríaco Ivan Illich reconstruye la evolución del libro, desde objeto sagrado hasta bien de uso común, explicando que en los monasterios medievales la lectura era un ejercicio ruidoso y grupal. En un púlpito, el encargado de leer elevaba la voz, y los demás no solo oían, sino que interrumpían si se le había escapado un concepto, y no pocas veces se desataban discusiones acaloradas entre los monjes, porque a fin de cuentas no tenían nada mejor que hacer y no hay nada mejor que discutir cuando se está aburrido. Imaginemos la escena: uno lee, los demás escuchan. ¿Diríamos que solo el que lee, lee? Es extraño, ya había leído I promessi sposi, incluso lo traduje, pero tengo la impresión de haberlo disfrutado de una manera escandalosa, por primera vez, escuchándolo.