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En zapatillas

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Lágrimas de zurdo, o de flojo, floja, fofa. Lágrimas de espectadora, de mujer, de argentina, de niña de 8 años cuando los pibes de Malvinas, de madre puérpera cuando los pibes de Cromañón. ¿Alguien quiere reírse de mis lágrimas? Aquí están, no me avergüenza. Pueden beberlas en tazas de cerámica con mi nombre y apellido. Pueden tirarlas por la cañería o ponerlas a hervir. Las mías y las de otras madres. Una, varias, todas.

Estoy en el teatro. La cita se titula En zapatillas. La coordenada es Área 623. Sala llena. Muchos parlantes sobre el escenario.

Traigo pocas expectativas. He leído la novela de Mónica Jurjevcic sobre la noche de Cromañón que motiva esta puesta en escena. Es muy buena. Excelente. Por eso temo que la obra me decepcione. No se me ocurre un posible montaje para semejante texto. ¿Qué se podría esperar? Golpes bajos y proyecciones históricas. Varios temas de Callejeros como telón de fondo. ¡Ugh! La tentación del lugar común.

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Pero hay otra cosa. Hay inteligencia para saltar el primer condicionamiento, lo que pasó, lo que ya todos sabemos de aquel final de horror. El libro pone aire en medio de la oscuridad solo iluminada por la fina luz de las bengalas. Esas que inician la hoguera. Ardemos absortos ante los juegos corporales sobre el escenario. Doce cuerpos que funcionan como una maquinaria aceitada y lúdica. Acción, saltos en la línea temporal y la proeza de Ulises como referencia literaria para sumar nuevos sentidos. La adaptación de Aye Del Valle y Luciana Sapia es digna del texto heredado. Lo sé, apenas Mariana muere sin que logren hacerla salir de la escena.

Lejos de hundirse en la obviedad de las cronologías, la obra va del pasado al presente alternando humor con altos monólogos. Y después, el punto de vista. La historia que nos pasó a todos, contada desde la afasia de Matías, que lleva la escena sin poder hablar de aquella noche, eso que todos queremos saber con los ojos fijos en el escenario. Como cada vez que un dolor nos recuerda que somos comunidad, parte de una entidad más grande llamada país.

Cromañón nos pasó a todos, dice la obra. Pero Matías solo encuentra en su docente quién lo escuche. Justo en estos tiempos. Una profesora de literatura. Y aquello que no podía decirse, un día sale. Y todos sabemos que la historia es real. Y una madre lagrimea a mi lado. Y el milagro del teatro vuelve a suceder. Vuelve a ser ese espacio vacío para tramitar, purgar, saldar viejas heridas, abrazar nuestra historia y perdonarnos.