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Datocracia

Elogio de viajes y viajeros

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Chesterton. Todos los viajes son viajes de regreso, y todos los viajeros son peregrinos camino a casa. | cedoc

En cierta ocasión, el genial escritor inglés G.K. Chesterton se disponía a iniciar un viaje, lo que suscitó la curiosidad de su ama de llaves acerca del destino al que se encaminaba. “Viajo a Londres”, respondió él con su flema británica habitual, provocando la perplejidad de la buena mujer: “No puede ser, señor, pues ya estamos en Londres…”. Ahora, sin esa flema y esbozando una sonrisa llena de ternura, G.K. Chesterton prosiguió: “Efectivamente, viajo para volver”.

De alguna manera, todos los viajes son viajes de regreso, y todos los viajeros son peregrinos camino a casa, lo que implica albergar todavía memoria del lugar al que se quiere volver y no desmemoriarse, como les ocurrió a los compañeros de Ulises que sucumbieron a la tentación de las deliciosas flores de loto, cuya ingesta conducía al olvido irremisible, y de quienes ese gran viajero homérico dice que “perdieron la luz del regreso” y fueron incapaces de retornar, como recuerda el pensador español Higinio Marín en su entrañable libro Teoría de la cordura.

Por el contrario, Ulises nunca perdió esa luz, y su diaria contemplación le permitió superar todo tipo de pruebas y obstáculos y volver a Ítaca, la patria de sus amores más ciertos: su esposa, Penélope; su hijo, Telémaco, y su padre, Laertes. Así pues, solo con la memoria del origen Ulises descubrió su verdadero destino, el calor de su hoguera, donde resplandece el hogar.

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Ahora bien, “ay de aquel que ha perdido el hogar”, sentenciaba Nietzsche con su terrible lucidez habitual, presagiando quizás lo que serían nuestros tiempos tecnocráticos, un hogar que nos resulta cada vez más difícil de encontrar en momentos en los que parece reinar el imperativo categórico de que debemos estar vueltos hacia el afuera, hacia la intemperie del mundo, y relacionados con los demás solo en la breve forma del contacto, cuanto más efímero, intrascendente y menos relevante, mejor.

Aunque tal vez resulte innecesario aclararlo, la “datocracia” no es una casa y la información no es un vínculo, y quienes pretenden habitar el mundo de ese modo no son viajeros, ni sus trayectos viajes, sino meros turistas advenedizos que creen que el sentido de todo viaje es tan solo consumir ávidamente la realidad que les sale al paso y dar testimonio de ella (y del sí mismo) por medio de una selfie, presunta garantía de que se ha “estado” en un espacio en el que, en el mejor de los casos, se ha llevado a cabo un simple recorrido.

Por el contrario, los verdaderos viajeros saben que el destino del viaje es ser capaces de convertir el trayecto en proyecto, el mero tiempo en biografía, para unir así origen y destino, pues nadie se tiene propiamente a sí mismo si no es capaz de decirse de un modo “original”, en una forma que lo convierte en origen, y que al mismo tiempo sitúe ese origen en contacto con su fin, algo que ya había intuido poéticamente T.S. Eliot en sus Cuatro cuartetos al afirmar en uno de sus mejores versos: “En mi fin está mi principio”, un verso cuya lectura tal vez nos lleve a descubrir de manera luminosa que tanto en el origen como en el final están los demás, y que solo del vínculo con ellos podemos obtener una respuesta verdadera a la pregunta acerca de quiénes somos: seres finalistas originales. Y no es poca cosa en los tiempos que corren.

* Profesor de Ética de la comunicación de la Escuela de Posgrados en Comunicación de la Universidad Austral.