Hace unos años me compré una de esas mochilas en las que cabe todo. Apartado intelectual con pared acolchonada para la compu, elásticos tipo cartuchera para lapiceras y corrector líquido, cierre con bolsita de red para el toallón mojado, velcro, cierrecito, hueco circular para la botella... Desde entonces, voy con mi mochila por refugios de montaña, el campo o la ciudad. Zapas, una calza abajo del vestido, corpiño deportivo por las dudas.
“Todo lo que necesitamos entra en una mochila”, escribí en mi novela Un ruido nuevo, hace un tiempo ya. Muchas personas levantaron esa cita. Recuerdo que me la enviaban con reflexiones o contándome anécdotas.
La mochila sintetiza algo de esa nueva máxima del capitalismo que reza: “Hay que fluir”, que también podría ser: fluctuar, dejarse llevar, vivir el presente, ser plástico, empático, friendly. Así es que uno se convence de esquivar y tomar con criterio algunas cosas, que por supuesto excluyen otras. Porque ante todo la inteligencia; luchar contra el enemigo implica conocer y utilizar las herramientas del enemigo.
Para un mundo con menos instituciones, datos fijos y certezas, un mundo donde el mandato es no obedecer mandatos, el objeto ideal es la mochila. Si me hacen esperar, tengo un libro encima. Si se corta la luz y no puedo dar clase, busco un gimnasio de la cadena. Si me requieren para trabajar, saco inmediatamente la compu y transformo el bar en una oficina. Si quieren meterse en mi vida, dejo todo lo más a la vista posible. Si buscan que me enoje… ¡qué difícil! Digamos que intento no enojarme, pero también de seguro piso el palito. Para eso tengo una analista que me ayuda a conocerme mejor y a volver a intentarlo. Sería ideal llevarla también en la mochila, pero ese lugar es bastante incómodo.
Pero vuelvo al modo líquido de vida que proponen las sociedades de los últimos tiempos, y le robo el término a Bauman. Con mochila se puede fluir mejor. Ir liviano, joven. La valija lo hace todo más denso y fijo, acarreable. La valija hay que arrastrarla por ahí, detrás de uno, como un yugo. La mochila, en cambio, te invita a cargar menos peso en los viajes, a necesitar menos cosas, a pensar en cuáles son las cosas verdaderamente necesarias.