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El vacío después

Sombra 20240525
Imagen ilustrativa | Sombras | Unsplash | Naqi Shahid

En cada decisión siempre hay un fondo de reserva, un espacio para la duda o esa visible rotura glaciaria que es la división subjetiva. Le decimos sí a una cosa y, al hacerlo, descartamos otra. Pero en cuanto podemos, empezamos a añorar aquello que habíamos elegido dejar. Es un conflicto humano básico que muchas veces hasta se ignora y que es interesante ubicar si uno anda tras la huella de sí mismo.

Elegir nunca es fácil porque nos enfrenta a dilemas, pone en tensión valores y posibilidades que no siempre identificamos del todo. Por eso, algunas personas prefieren que otros elijan por ellas, o boicotean sus propias decisiones.

Pero lo que me interesa es el punto en el que toda elección es al mismo tiempo su reverso. Admitir que hay un lado B de todo  acto permite ubicar lo verdadero, eso que queda relegado como si no existiera, pero que sí existe e implica un cese de la negación. Es en ese entre que hay que buscar el consenso personal, la negociación.

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Decidir implica pararse, juntar coraje y asumir una posición. Y nuestra sociedad ha logrado hacernos creer que el yo antecede cada uno de nuestros actos, que somos producto de decisiones y no de contingencias, voluntades universales, casualidades y azares.

Lo que me interesa es el punto en que toda elección es al mismo tiempo su reverso

No sé si existe la “fantasía de decisión”, pero bien podría. Sobre todo para nombrar esos casos en los que se pretende ir sobre aquello que excede toda capacidad humana y que encontramos en quienes enfrentan a la muerte como si pudieran ganarle una pulseada, o aquellos que creen que pueden manipular la vida, ponerla o sacarla de aquí o allá, incluso eligiendo modos, genes y tiempos. Creer que podemos hacer todo, que nos es dado decidir sobre cada acto, es realmente una locura. La verdadera elección –me gusta pensar– es frenar esa fantasía de “libertad de elección”.

Un desafío es tomar riesgos, dar saltos hacia el abismo para elegir (tanto el acto como su pérdida). El otro es aceptar. Y esto es mucho más complejo y difícil, porque la aceptación no es acto, sino su sustracción. Para aceptar hay que abandonar una posición subjetiva y deshacerse de los mandatos del yo (y del entorno). Aceptar es dejar que algo que ya es siga siendo, y eliminar toda resistencia en torno a eso.