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El show de la muerte

Se puede estar en desacuerdo con la propuesta del diputado José Luis Espert de asesinar a los delincuentes para luego exponer sus cadáveres en la Plaza de Mayo de Buenos Aires, sin que esto signifique defender a estos delincuentes ni ponerse de parte de ellos. Se puede discrepar del diputado Espert y su idea de “dejarlos como un queso Gruyere”, pues no deja de ser una fantasía criminal en cierto modo, no menos que de su idea de buscar un efecto de terror (de terror de Estado) por medio de la exhibición morbosa de sus cuerpos acribillados, sin que eso implique creer que las cosas están bien así y no es preciso que se haga nada al respecto.

En el siglo XIX argentino, supo ser una práctica usual: cortar cabezas y luego ensartarlas en una pica, para su lúgubre exposición pública; tales procedimientos se dejaron de lado hace ya bastante tiempo, diremos que para bien, y es cuanto menos alarmante que sea tan luego un Diputado de la Nación quien propone retrotraernos a una metodología semejante. Y si lo dijo figuradamente (lo cual no es, por lo demás, nada seguro), no deja de resultar alarmante que recurra a figuras así. El lenguaje figurado no es menos ideológico que el lenguaje literal, y acaso lo sea incluso más; por algo se excita tanto el diputado Espert con la idea de matar y de mostrar cuerpos matados, por algo sonríe tan macabramente cuando piensa en balas, es evidente que esas cosas le dan gusto.

No: no se pone del lado de los delincuentes quien se opone a estas fantasías tan terribles (a Sarmiento se le desbarató ya en Facundo el esquema civilización/barbarie; las monedas tienen dos caras, pero tienen también un canto; está el día y está la noche, pero entre lo uno y lo otro hay miles de matices distintos: ¿cómo fue que se arraigó hasta tal punto la premisa de que las cosas tienen dos lados, siempre dos y nada más que dos?). Como existe una diferencia palpable entre la comprensión y la justificación, entre tratar de entender y avalar, no hay razones para colegir que la intención de analizar cuáles son los condicionamientos sociales que pueden llevar a la transgresión de la ley, equivale a una disculpa o pretende la eximición de castigos. Estos castigos, a su vez, pueden y deben distinguirse, como instancia de aplicación de justicia, de los afanes y los impulsos de venganza, que serían más bien lo contrario. Por algo, con la modernidad, dejaron de ser las víctimas los encargados de impartir justicia.

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Lo contrario del punitivismo no es entonces la impunidad. Todo esto es muy claro y muy sabido, pero nos venimos degradando tanto últimamente, que un legislador pide muerte y espectáculos de muerte, y el asunto no cuaja, pero tampoco espanta. ¿Estaremos curados de espanto? Más bien estamos enfermos de espanto. Quien se compunge sinceramente por las víctimas de la violencia delictiva tiene una forma certera de saber dónde se encuentran: justo arriba, girando en torno, vuelan bajito los siniestros caranchos, ávidos de sacar alguna tajada de ellos.