Una de las características probablemente más destacables de Federico Sturzenegger no es solo su aparente conocimiento profundo de la complejidad duplicada y desbordada del Estado argentino, sino su capacidad para “cancherearla” mientras lo cuenta. Esta peculiaridad no es menor para esta etapa de la era moderna en la que la comunicación como acto, es decir, como representación de sí misma, se torna bastante más relevante que el contenido específico de aquello que se dice o se hace. Así, la clave de este funcionario y de otros, no es tanto el contenido de lo dicho, presuntamente vinculado a una realidad, sino su tendencia exitosa hacia un histrionismo valorado por un público, absolutamente incapacitado, más que de vivir la política como entretenimiento.
El ministro de Desregulación y Transformación del Estado repostea, en el día de ayer, un contenido del secretario de Transformación del Estado y Función Pública (nótese la extensión de los nombres de los cargos), donde se festeja que durante 2024: “Ya cerramos más de doscientas áreas innecesarias”. Cuando Sturzenegger lo comparte, con su mundo de seguidores, le agrega algo supuestamente gracioso, diciendo que: “van a reír y van a llorar. Advertencia: no apto para personas impresionables”. Ninguno de ambos posteos ofrece algún criterio cognitivo para desglosar los motivos o evaluaciones, producto de esta acción que se asume como de explicación innecesaria o autosuficiente. Lo de innecesario queda subsumido en el simple show de una publicación sobre la que no se profundiza. Esto, sería de este modo, obvio.
Cuando Cristina Fernández de Kirchner explica a sus seguidores incondicionales sobre lo que sería el lawfare en el contexto de sus causas judiciales, no usa criterios mucho más completos que el actual ministro. Repasa fotos, tapas de diarios y hasta anécdotas personales, para terminar concluyendo, por ejemplo en posteos también en X, tal como lo realizó en relación al inicio del juicio por el atentado contra su persona, con el solo texto de “más claro echale agua”. Sus discursos en universidades o incluso en la asunción de la presidencia del Partido Justicialista, tienen un formato fundamental de expresividad exagerada, ironía y aparente combinación de evidencia y alumbramiento sobre lo que solo ella podría ver. Todavía hoy las cámaras toman a sus seguidores asintiendo con sus rostros en movimiento, la confirmación de una sospecha que ya tenía, pero ahora sí confirmada por Cristina. Para ella y para todos, es también innecesario mayor desglose de detalles.
Con este tipo de teatralizaciones la política practica una compensación para lidiar con la complejidad. Cualquier cálculo solo imaginario, sobre la cantidad de interacciones sociales que se producen en cualquier presente en el mundo moderno, podría dar cuenta de que la sociedad es un entramado excesivamente complejo de variedades y contingencias, y sobre cuyos resultados poco se puede decir, más que a través de intentos imaginarios de escenarios de probabilidad. La cantidad de operaciones económicas por segundo, la visualización simultánea de contenidos en redes y hasta las múltiples operaciones de funcionarios públicos, incluso cercanos al Presidente, se pueden calcular como tendientes a lo imposible de numerar. Sin embargo, al mismo tiempo, ninguna operación social podría producirse ante la evidencia de semejante evaluación simultánea de riesgos asociados a cualquier cadena de acción. Quien opera en el mundo nuestro, el actual, debe prescindir de los detalles, de lo variado, de la complejidad, para sumir una acción propia, en cadenas que en realidad, nunca controlará. Cuando Sturzenegger tiene que contar lo que está haciendo, no puede entrar en esos detalles, aunque parezca que los está describiendo.
Aquellos influencers más conocidos y ya especialmente asociados al gobierno nacional, como son los casos de Agustín Laje, Nicolás Márquez, el Gordo Dan o Dannan, sostienen, aunque con diferentes niveles de aparente profundidad, modos de resumir conceptualmente el mundo, en relaciones causales fáciles de exponer y denunciar, y en condiciones siempre de espectacularidad escénica. El Gordo Dan hace su misa ya en un teatro, el perfil de Dannan en YouTube cuenta con un videoclip de él cantando con una banda (que le falta bajista), y en una edición especial conjunta sobre el “Che” Guevara, Laje y Márquez inician su video con máscaras del revolucionario, en la que acusan al régimen cubano de no reconocer la cantidad de fusilados que fueron víctimas de esa dictadura y tratando de elevar el número de muertos ilegalmente, en un recorrido exactamente opuesto al que hacen para analizar el caso argentino, en el que los números de desaparecidos se intentan a la baja. Todo esto, aunque es expresado como una realidad alternativa que no es contada, y así alumbrada por ellos, no puede existir sin el formato teatral.
Una de las mejores maneras de recordar a la recientemente fallecida Beatriz Sarlo, y a su enorme erudición, creatividad y cultura literaria, incluyendo sus siempre interesantes e inigualables artículos en este mismo diario, es a través de la visualización de su participación en el show televisivo 678. Sarlo se enfrentó ese día a ocho personas que tenían como misión, y que vivían para eso, acomodar la realidad, no al resultado de una investigación y reflexión, sino a sus necesidades cognitivas. Su crítica a ellos inicial fue haber sido expuesta a un recorte de medios que no reflejaba la complejidad de los sucesos de protestas, que por ese entonces ocurrían en España, ni al modo en que parte de la prensa nacional y mundial trataban el caso. Esa intervención puede ser tratada, entre otras reflexiones, como un muy interesante ejemplo de contraste entre un show, un espectáculo, típico del modo de vivencia de la política moderna, y un estilo de intelectual ya en extinción preocupado por la variedad y complejidad de su mundo contemporáneo.
Los traspasos sencillos del periodismo de espectáculos o de deportes, al periodismo político, son inexplicables sin la expansión de la necesidad de adaptar y hacer inteligible a una complejidad que aumenta a un ritmo que solo este tipo de inocentes mutaciones pueden tratar. Es el mundo moderno el que lleva necesariamente a la urgencia de resúmenes de la realidad, y que a su vez sirven de manera estupenda, para ser adaptados a las preocupaciones ciudadanas. El periodismo, demasiadas veces, reemplaza una explicación, con variaciones imaginarias, y se une con la política para tratar de forma creciente y precisa, maneras efectivas de impulsar la indignación colectiva sobre cosas que no sabe si están o no ocurriendo.
Una parte importante del listado de estas cosas innecesarias para Sturzenegger se las llevan cuestiones de diversidad, inclusión, género, y demás ítemas de derechos, por lo menos imaginados en gobiernos anteriores. Habrá que ver si entre chiste y chiste, no es en realidad a él al que hay que revisar, para comprobar si paradójicamente algo de su perspectiva de decisión es innecesaria. Pero eso, sería ingresar en una paradoja que frenaría el despliegue simpático de su show. Para explicaciones, siempre está el futuro, incluso para un nuevo show.