¿Cuál es la relación entre los algoritmos y la asociación libre? ¿Lo aleatorio invalida la improvisación? En el actual reino del predictivo, no es fácil pensar de qué manera el arte continuará siendo un faro del futuro. La invención está en crisis. Todo parece calculable, incluso nuestras decisiones (que suponemos propias). Si cuando elegimos, al mismo tiempo estamos alimentando el sistema global de lo predeterminado, ¿cómo considerar las ocurrencias que en una primera instancia no tienen antecedentes que las determinen?
En el terreno del arte, podría dar un ejemplo que me acompaña durante mi residencia en Saint-Nazaire. Se trata de unas extrañas esculturas hechas a cuatro manos por Daniel Dewar y Gregory Gicquel, ganadores en 2012 del Premio Marcel Duchamp. Emergen de la playa, separadas por algunos metros de algas, arena y residuos del mar, produciendo un efecto de asombro no necesariamente grato. Impresionan, eso seguro, pero es difícil encontrar el sentido, incluso artístico, entre las tres. Podemos arrimamos al cartelito en el muelle para apaciguar nuestra incomprensión con argumentos concientizadores; dice que esta obra monumental se inscribe dentro de las actuales problemáticas ecológicas y sociales.
Reorientada, volví a mirar los tres monumentos que desembocan en el Atlántico: un pullover, un pie y un sistema digestivo. Gigantes, casi siete metros de alto. Sí, un inmenso sistema digestivo, estómago e intestinos de concreto saliendo del mar. No conseguí comprender lo que veía con la explicación que había leído. Creo que la sorpresa de encontrarme ante semejantes esculturas me liberó de juzgarlas. Ni bellas, ni horrendas. ¡Imprevisibles!
