COLUMNISTAS
dos victorias del gobierno congreso

El ruido y la furia

La moda de generar estrépito “garpa” a una clase política que no se cansa de escandalizar, naturalizando la peor cara del Parlamento.

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Sanguijuela protocolis bullrichense. | Pablo Temes

Semana de victorias políticas para el Gobierno. Las dos ocurrieron el miércoles en una geografía reducida de no más de diez cuadras en el barrio del Congreso. Una de ellas sucedió en el edificio legislativo, donde la Cámara de Diputados aprobó el DNU que autoriza el acuerdo que el oficialismo busca con obsesión con el Fondo Monetario Internacional. Sin ese acuerdo será imposible alcanzar la cantidad suficiente de dólares que se requieren para levantar el cepo. La otra, ocurrió con la manifestación que se movilizó en la zona de la Plaza y de la Avenida de Mayo. No hubo nada de la violencia que se había visto una semana atrás. La marcha de apoyo a los jubilados –de escuálida concurrencia y escasa en adultos mayores– transcurrió en orden y sin violencia.

La sesión de la Cámara baja fue –lisa y llanamente– un bochorno. No es la primera vez que lo que protagonizan los diputados es escandaloso. Tampoco será la última. La moda ahora parece ser generar hechos que produzcan estrépito, aunque carentes de sustancia política. En ese ranking de penosa notoriedad, el miércoles pasado “sobresalieron” los cruces entre el presidente de la Cámara, Martín Menem, con el jefe del bloque de Unión por la Patria, Germán Martínez, el megáfono verde de la diputada Marcela Pagano, la “finura” de la diputada Cecilia Moreau, exigiéndole al presidente de la Cámara que “no la pelotudee” (sic), la súbita muestra de “amor” del diputado Lisandro Almirón hacia el diputado Oscar Zago, con el que se había tomado a golpes de puño hace una semana, y un largo etcétera de actitudes propias de un reñidero. Es evidente que, los que vinieron a terminar con la casta, han terminado por adoptar varias de sus formas.

Con los políticos en la mira: a casi nadie le importa la verdad ni el prójimo

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Más allá de lo que pasó en el Congreso, la indefinición acerca de cuándo se firmará el nuevo acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, de qué monto será el préstamo, de qué manera se desembolsará y qué dirá la letra chica generaron en la semana una turbulencia que afectó sensiblemente el mercado cambiario, hecho que obligó al Banco Central a desprenderse de reservas. Desde el viernes 14 debió vender más de mil millones de dólares. He ahí un problema, porque la falta de reservas es lo que está impidiendo el levantamiento del cepo, algo que el Gobierno necesita implementar lo antes posible. “El acuerdo se cerrará a mediados de abril”, dijo MiIei el jueves pasado a la agencia Bloomberg. Sin embargo, los conocedores de los procedimientos y los tiempos del FMI albergan muy serias dudas sobre la factibilidad de concretar ese anuncio en fechas tan tempranas.

La inestabilidad cambiaria llevó al ministro de Economía, Luis Caputo, a aparecer en el programa de Antonio Laje por A24. Fue una mala decisión. ¿Habrá sido suya o de algunos de los “cráneos” que rodean al Presidente? Lo cierto es que las imprecisiones de sus respuestas generaron más incertidumbre que certezas. Eso fue lo que evidenciaron el aumento del dólar blue y del riesgo-país. Cuando no hay nada para comunicar, es mejor no exponerse. Sentido común, más allá de la necesidad imperiosa de ganar tiempo.

Los liderazgos pasados de moda de ambos extremos del abismo están en crisis

Un párrafo aparte merece la actitud mezquina de gran parte de la oposición dura –con el kirchnerismo a la cabeza– que buscó truncar el apoyo legislativo para el desembolso del Fondo. Permitirle a un gobierno, que lleva poco más de un año hacerse de los fondos necesarios para terminar de estabilizar la política económica, es lo menos que pueden hacer si verdaderamente quieren colaborar con el futuro del pais. Más aún cuando se trata de un gobierno que, en poco tiempo, está logrando revertir los descalabros inflacionarios, financieros y fiscales que Sergio Massa, Cristina Fernández y Alberto Fernández –en ese orden– le dejaron de herencia a todos los argentinos en forma de tormenta perfecta. Se trata de una realidad objetiva que nadie puede negar y aquí entramos en un nuevo problema que afecta a la dirigencia política y a la sociedad toda: a casi nadie le importa la verdad y la promoción de su prójimo. Cuando en el recinto del Congreso diputados y senadores elegidos para desempeñar funciones legislativas se trenzan en peleas estériles de tinte partidario para sacar rédito con acciones desmedidas de alto impacto mediático, la verdad y el bienestar de la población pasan a un segundo plano. En un año electoral esto parece ser moneda corriente aunque no debería. El problema de este tipo de politiquería propia de una verdadera casta es que, ante la incapacidad del ejercicio del respeto y el diálogo hacia un otro, la reflexión y la verdadera construcción política en pos del progreso ciudadano se esfuman. Hacia fines del año 2016 se había vuelto a poner de moda el término “posverdad”. Tanto es así que un año después la Real Academia Española incluyó el término en su diccionario: Distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales. Más claro, agua. La argentina ha vuelto a atrasar diez años –en el mejor de los casos–. Para los que siguen jugando a la grieta es también un llamado de atención.

Los liderazgos pasados de moda de ambos extremos del abismo están en crisis. Teléfono para Mauricio Macri y Cristina Fernández de Kirchner, ambos exponentes de un enfrentamiento estéril que no ha sabido dejar descendencia política duradera. Javier Milei es perfectamente consciente de este escenario y se entretiene jugando con el pasado, presa de la tentación de acabar con CFK de un lado y jubilar a Mauricio Macri del otro. El PRO se sostiene como puede en la Ciudad de Buenos Aires con un Jorge Macri carente de liderazgo. Juntos por el Cambio no existe más y difícilmente pueda reeditarse. Pero el Presidente Milei y su entorno deberían saber que nunca, jamás, por ningún motivo, se puede decir lo mismo del peronismo.