Van dos comienzos de novela: “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. ‘El olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro’”. El otro también refiere a una historia que se recuerda, ya lejana pero fundante: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea… El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo”.
El primer párrafo corresponde al principio de Pedro Páramo, de Juan Rulfo; y el segundo, a Cien años de soledad, de García Márquez. Dos novelas que están llegando juntas a Netflix, la primera en película, la segunda en serie. Tan distintas una de otra, y quizá por eso la diferencia de formato. Igualmente ambas surgen en un mismo período de la historia del continente y de su literatura; pasados de guerras y dictaduras, en busca de nuevas tierras de ficción, incluso en el reino de los muertos.
No deja de sorprender la irrupción del realismo mágico en una plataforma. ¿Se relaciona con el agotamiento del presente o la diversificación de las creencias? ¿Nuevamente América Latina es fuente de imaginación? ¿Qué estaría reflejando esta coincidencia? ¿O es una cuestión de cupos de lenguas en los streaming? Claro que puede ser asunto de derechos de autor, herencias y #soltar. Quizá el dinero lo arregla todo y uno anda buscando significaciones donde los recursos mandan. Pero el azar no deja de ser un argumento válido para considerar la simultaneidad de estos estrenos. Y conlleva la emoción de que el preestreno de la segunda sucedió hace pocas semanas en nuestra Biblioteca Nacional, como homenaje a la audacia del editor de Sudamericana Paco Porrúa, quien publicó Cien años de soledad en 1967, luego de que varios editores de otros países la rechazaran. Claro que este acontecimiento no responde a una decisión de la plataforma, sino a un pedido especial de la familia de García Márquez.
Ambas novelas remiten al padre, a lo perdido, al olvido y el abandono. Pero también a lo conquistado, un territorio, casas, familias, leyendas, polvo de una memoria que no cesa de preguntarse por qué.
Produce una suerte de encantamiento, de invitación al viaje, el hecho de que las dos historias propongan el ingreso a un mundo, un trazado imaginario donde se cuece parte de nuestra identidad latinoamericana.
Macondo, el poblado creado por García Márquez; y Comala, el pueblo fantasma de Juan Rulfo.
La fuerza literaria es poderosa, capaz de crear mundos. Así lo hicieron Rulfo y García Márquez, volviendo prácticamente existentes dichos espacios de ficción. La riqueza de la lectura permite vislumbrar esos caseríos, ingresar en Macondo, atravesar Comala, convirtiéndonos en testigos oculares de lugares inexistentes.
Vale agregar a esta dupla el estreno del documental sobre Rulfo, realizado por su hijo cineasta, Juan Carlos Rulfo, una suerte de reincidencia de la búsqueda del padre, esta vez en la realidad: el hijo cineasta andando tierras y años tratando de desentrañar las motivaciones de su padre autor.
Podríamos pensar que en tiempos de globalización, del vale todo en el reino de internet, se buscan retornos, señales de la historia que certifiquen la vigencia de un pasado, que este no sea arrasado por el consumo y la abolición del tiempo; incluso la ciencia ficción, antes apegada a los descubrimientos científicos, ahora tiende a especular con el retorno de los mitos y las fuentes originarias.
Los vivos de Macondo y los muertos de Comala vuelven a darle al mundo ilusiones remotas. Incluso sepultados: “Ya déjate de miedos. Nadie te puede dar ya miedo. Haz por pensar en cosas agradables porque vamos a estar mucho tiempo enterrados”.
La presencia de estos recomendados en las plataformas es acaso una señal de renovación. Un cambio por el pasado; y por la ficción, segunda vida de una realidad perdida.