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El peronismo en su hora oscura

Cristina Kirchner se ha convertido en un problema para cualquier intento de reformular el movimiento, pese a que es la dirigente opositora que más mide.

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Juan Domingo Perón. | Pablo Temes

El peronismo se encuentra frente a un abismo del cual –todavía– parece no haber tomado nota sus principales dirigentes.

El peso de la historia. El regreso de la democracia encontró a un PJ que competía electoralmente, como si no hubiese pasado nada durante la dictadura militar, presentado como la fórmula Ítalo A. Luder-Deolindo Bittel, apoyado básicamente por el sindicalismo y las 62 Organizaciones de Lorenzo Miguel. Luder había sido presidente provisional del Senado y reemplazante de Isabel Perón en la Presidencia durante sus licencias médicas, y quedó sepultado por el peso de la historia por haber firmado el decreto 261/75 que autorizaba “neutralizar y/o aniquilar el accionar de los elementos subversivos”. Desde el radicalismo Raúl Alfonsín, candidato a presidente tras ganarle la interna a Fernando de la Rúa, armó su campaña denunciando un pacto militar-sindical por el cual se procedería a amnistiar a los militares y a la guerrilla. El 30 de octubre de 1983 la UCR le ganaba al PJ 52 a cuarenta.

Al peronismo le llevó largos cuatro años asimilar aquella caída electoral, hasta que en 1987 Antonio Cafiero ganó las elecciones a gobernador bonaerense. En aquella época el mandato presidencial se extendía a seis años, mientras que el de los gobernadores, cuatro. Dos años antes Cafiero tuvo que presentarse por fuera del Partido Justicialista para romper el cerco de lo que se denominaba la “ortodoxia” poniendo en marcha una trabajosa renovación, que Carlos Menem le arrebataría de las manos en 1988.

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El presidente que no fue. El desconcierto del peronismo de aquellos días se puede asimilar a los de hoy, tras la derrota contra Javier Milei. El escándalo político por la presunta violencia de género por parte de Alberto Fernández y por la actividad “extraoficial” que habría llevado a cabo a lo largo de su mandato, incluso en la cuarentena, ha dejado sin palabras a la principal fuerza política de oposición. No obstante, buena parte de su dirigencia prefiere mirar hacia un costado y simplemente pensar que el retorno justicialista surgirá como demanda tras el desmadre del gobierno libertario. De hecho recién esta semana renunció Alberto Fernández a la presidencia del Partido Justicialista. Fernández hasta el escándalo incluso habría fantaseado con ser candidato a diputado el año próximo.

Derrumbes y desiertos

Pero el problema del peronismo excede por mucho la situación de Fernández. El kirchnerismo se ha convertido en la ortodoxia de los años 80, y ha bloqueado la posibilidad de reconvertir a la principal fuerza política de los últimos 70 años. Es notable que para gran parte de los votantes de 16 a 30 años el peronismo-kirchnerismo es visto como una fuerza conservadora (lejos de su autopercepción de izquierda) que priorizó los intereses personales de sus dirigentes, antes que los de la comunidad que plantea representar.

También existen otras rupturas más profundas en las entrañas de la estructura social argentina que deberán ser analizadas con atención. Una de ellas es el efecto político del quiebre social entre los sectores de la economía formal y el informal. Según los datos del Indec del primer trimestre de 2024, de los 9,8 millones de asalariados; 3,5 están en el sector informal (sin aportes jubilatorios). Si a estos últimos se les suma el 1,1 millones de desempleados –buscadores activos de empleo–, existe un importante espacio social, muy lejos de los derechos sociales históricamente protegidos. También debe señalarse que el desempleo sube al 17,3% entre mujeres de 14 a 29 años y a 14,1% de hombres del mismo tramo de edad. No cabe duda de que estos gradientes tienden a profundizarse en la situación actual.

En este mundo informal se fueron anidando las ideas antiestatales que hoy gobiernan Argentina. El caso más famoso fueron los repartidores a domicilio –rappis o delivery– que se resisten a la sindicalización y que sostienen que son sus propios jefes, bajo la modalidad de interacción con las frías aplicaciones que organizan sus circuitos de trabajo. Los discursos del Estado presente, inclusivo o amigo se transformaron en palabras vacías para sectores que están lejos de un aguinaldo o vacaciones pagas. Las banderas del kirchnerismo encontraron un fuerte límite en espacios donde –en teoría– debía afincarse para sostenerse en los trabajadores de la economía clásica. En este contexto, la figura de Cristina Kirchner encontró en 2019 su techo en alrededor del 25%, lo que la impulsó a buscar la singular alternativa de poner a Alberto Fernández como presidente.

Elecciones 2025: primeras escaramuzas

La mano invisible de los chats. Hoy el peronismo se encuentra frente a su propia cancelación frente al accionar de Alberto Fernández, sin embargo, se resiste a formular su propia renovación. Hay que señalar que en estos días la difusión de chats privados, –que se supone descansan en un expediente judicial– no escandalizó a nadie, por el contrario se consumieron con ansia y se demandan –morbo mediante– más. Pero la propia temporalidad del surgimiento de la información ofrece al justicialismo una oportunidad única. Si el caso se hubiera destapado para marzo del año próximo se trataría de prácticamente un jaque mate. Pero ahora los dirigentes intermedios –intendentes, legisladores, concejales, etc.– y la militancia pueden imaginarse que no habrá un pueblo esperando con ansias el retorno. Solo le queda revisar sus bases, generar un programa económico, y democratizar sus métodos de representación. También reordenar sus vínculos tanto con el movimiento sindical así como los movimientos sociales, y con los colectivos de minorías, y encontrar nuevas alianzas.  

Cabe decir que Cristina Kirchner se ha transformado en un problema para cualquier intento de remodelación del peronismo. A pesar de todo es la dirigente opositora más reconocida y tiene una intención de voto cercano al 20%. Es bastante probable que sus estrategias y tácticas se sostengan como en los últimos años, generar expectativas en sus apariciones político-académicas, y mantener el suspenso de sus decisiones, con la novedad de modular la disputa entre Máximo Kirchner y Axel Kicillof.

*Sociólogo.