No es casual que en los cines porteños vuelva a ponerse la película El cónclave. Buenas actuaciones, parejas de misterio y revelación en una versión simplificada de la alta rosca vaticana, y un final que estamos esperando que el sumo pontífice Trump califique como woke mientras calcula a ojo de buen cubero el valor que obtendrá por sus Torres Doradas (el cielo a tu alcance) cuando compre a precio de terreno el Estado Vaticano. En cualquier caso, la eficacia del film radica tanto en una minuciosa exploración de los procedimientos rituales desde la muerte de un papa hasta la elección del siguiente, y que van desde el cierre con nudo y moño de seda roja de sus habitaciones hasta el momento en que de las chimeneas brota el humo blanco del acuerdo o el negro de la espera. De por sí, el sistema electivo tiene muchísimos parecidos con cualquier otro –desde el secretario de una cooperativa barrial hasta el presidente de una nación–, pero también cuenta con la singularidad de que para ser considerados “papables”, los candidatos están obligados a ejemplificar las virtudes de la modestia y disimular su ambición de ocupar el cargo.
Para ateos y demás desconfiados, toda muerte papal y toda nueva elección son pruebas de la inexistencia divina. Para solaz del lector, elijamos un par de argumentos al voleo. El primero se ocupa del dolor de los creyentes ante la desaparición de un papa. ¿Por qué sufren su muerte? ¡Deberían alegrarnos! Un papa está salvado de antemano. Para el ateo, esa reacción prueba que secretamente nadie cree en Dios; solo se quiere creer, y de allí el llanto. Porque en el fondo sabemos que la muerte es muerte para siempre y que no hay ni Dios, ni otro lado, ni nada. El segundo argumento propone que aun si Dios existiera, en nada nos beneficia creer o esperar algo de él, porque es una deidad bastante tosca. De lo contrario, ¿por qué no unge de inmediato a su nuevo representante? ¿Por qué nos hace esperar humos blancos y negros? ¿No sabe examinar en el alma de sus tonsurados y discernir entre los buenos y los malos…? Difícil que este aprendiz alcance a trazar un buen diseño de las estancias del cielo…
Distinta debe de ser la posición de los que se mantienen en el agnosticismo. Quienes se reservan un grado razonable de duda teologal y por si las moscas no quieren ser tomados por completos réprobos, podrían alegar que Dios es un proceso, una entidad en trámite eterno de perfeccionamiento, y que por el momento es poco lo que podemos aguardar de él. Pero paciencia.
Y por último están los creyentes: apropiándose del argumento de Dios como un hacerse, y trasladándolo a la especie humana, creen que la demora divina no es sino un delicado escrutinio personal en el alma de los cardenales. Para que gane el mejor, Dios somete a sus cardenales a un profundo esfuerzo de reforma espiritual. Ganará el mejor o el menos malo, pero todos saldrán purificados. Y el esfuerzo vale la pena.
En todo caso, exista o no Dios, y teniendo en cuenta lo que es el mundo y lo que Francisco pretendía para el mundo, podríamos convenir en que fue un buen papa.