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El orden del caos

Noé conservó cierta nostalgia de izquierda para combatir desde allí el posmodernismo y la abstracción excesiva.

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Una vez saludé al pintor Luis Felipe Noé. Fue en una curiosa circunstancia. Durante la noche del año en la que están abiertos los museos y las galerías de arte (no recuerdo en qué año), yo había asistido a una presentación de Thierry Frémaux, director del Festival de Cannes, y a la salida pasamos por un local que quedaba en las inmediaciones de la calle Arroyo. Allí tenía lugar una de las innumerables exposiciones de Noé y me ofrecí, sin conocerlo, a presentárselo a Frémaux, gran defensor de las películas de Gaspar Noé, el hijo de Luis Felipe. Fue un encuentro breve, protocolar e irrelevante, pero sirvió para empezar esta nota.

La segunda vez que me encontré con Noé fue por escrito, ya que la editorial Ampersand acaba de publicar un libro suyo en la colección Lector&s, dedicada a personas famosas que cuentan su educación literaria o hacen algo que se aproxime a esa idea. El ojo que escribe sorprende porque, a los noventa y un años, el autor exhibe una notable vitalidad intelectual orientada a dejar constancia de su vida, de su obra y de sus ideas sobre la pintura y el arte en general. Es un libro solemne y altamente organizado para alguien que ubica el caos en el centro de su pensamiento, pero ese orden permite a quienes lo ignoran todo sobre las artes plásticas (es mi caso) y sobre la filosofía del arte (también es mi caso) tener un panorama de la historia de la pintura moderna en general, de su capítulo argentino en particular y del lugar que ocupó Noé en su época de máxima visibilidad, como parte del grupo Nueva Figuración a principio de los años 60. Me corrijo: la visibilidad de Noé excede largamente ese período. A lo largo del tiempo ganó todas las becas, estuvo en el centro de la cultura argentina, vivió en Nueva York y en París, expuso en la Bienal de Venecia, publicó más de veinte libros y hasta existe una fundación con su nombre.

Noé declara que “el núcleo central del libro es la lectura como campo de batalla” y allí se planta con su credo estético, estructurado en torno a cinco citas (de Rimbaud, Valéry, Aldo Pellegrini, Hegel y Coleridge) para discutir con cuanto artista o filósofo haya dicho algo sobre la pintura.

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Noé, me parece, fue un moderno no demasiado amigo de las vanguardias, que conservó cierta nostalgia de izquierda para combatir desde allí el posmodernismo y la abstracción excesiva mientras seguía pintando, leyendo y publicando.

Es difícil dar cuenta de un libro así, de modo que renunciaré a ello para anotar un detalle. En la página 66 se transcribe parte de una carta que Jorge Luis Borges le envió en 1925 a Julio Noé, padre del autor y compilador de una importante antología de la poesía argentina. Allí Borges, que tras volver de Europa estaba en su período patriótico, escribe “polemizé”, “metaforizé” y “abanderizador”. Creo que hay tantas tesis sobre Borges que alguna debe explicar por qué utilizaba esas palabras o las escribía de esa forma, incurriendo en lo que hoy serían errores de ortografía o extravagancias cursis.