Javier Milei se acerca a su primer año de gobierno, y para realizar su análisis hay que comportarse como un buen cirujano, separando los diferentes aspectos que se manejan en forma casi independiente.
Por lo menos hay cuatro esferas para analizar, en primera instancia lo económico –que en Argentina funciona como núcleo fundante de cualquier gobierno, luego lo político, que aunque figure en esta enumeración como segundo es siempre lo determinante, en tercera instancia un tema tradicionalmente poco relevante en la democracia argentina son las relaciones internacionales, y finalmente la cuestión cultural, que se mezcla con las acciones comunicacionales.
La balanza. Sobre la cuestión económica, hay que señalar que el proyecto que se está llevando adelante no era exactamente el que el Presidente tenía originariamente en mente. De hecho, el equipo económico anunciado en campaña era otro y lentamente se desplazó uno a uno, por ejemplo, Emilio Ocampo visitó todos los canales anunciando que iba a ser el “último presidente” de Banco Central para caer en el ostracismo tras el nombramiento de la dupla Luis Caputo-Santiago Bausili.
El proyecto finalmente encarado es de un ajuste ortodoxo de una dimensión colosal que arranca con la gran devaluación de la moneda para entrar en la devaluación programada del 2% hasta hoy. Esto llevó –como suele pasar– a un incremento inicial de la inflación y por consiguiente a una pérdida del poder adquisitivo de la población, ingresando en una profunda recesión, y baja nominal de la inflación según la canasta que mide el Indec. El hecho de clavar el dólar con tasa de interés alta llevó a la actual euforia de los mercados financieros que pueden obtener tasas de ganancias extraordinarias. La historia argentina muestra la fragilidad de este esquema de carry trade, por lo que el Gobierno mira hacia los mercados internacionales de crédito buscando soporte para extender el tiempo de vida útil de esta política económica.
Se debe decir que entre la baja de la inflación y la recesión, buena parte de la sociedad prefiere lo primero. En los países forjados por la inmigración pobre existe un pensamiento muy profundo de lo “sacrificial”, es decir, sacrificar el presente por un futuro mejor para hijos y nietos. En este sentido, resulta increíble que el kirchnerismo no haya percibido la erosión de su credibilidad en las clases populares negando el carácter disolvente de la alta inflación, que obviamente golpea más entre quienes dedican prácticamente todo su ingreso a alimentos. No obstante cuando se hace la pregunta si el programa económico es exitoso se debe notar que es la pregunta incorrecta, por el contrario, hay que buscar a los ganadores y perdedores del nuevo proyecto de país que se está gestando y donde los sectores cuasimonopólicos y quienes se han volcado a los negocios financieros están en el primer grupo.
Disoluciones. En el aspecto político, debe observarse que parte del triunfo electoral de Javier Milei se explica por la disolución de las estructuras políticas que se moldearon entre 1984 y 2023. En este sentido el Gobierno se ha manejado con mucha habilidad frente a esta coyuntura. Resulta casi gracioso la clasificación borgeana entre la oposición opositora, la dialoguista, la que se indigna pero da herramientas, la oposición que ruega por ser oficialista (amorosa), etc. Esta coyuntura llevó a que el Gobierno pudiera imponer el decreto 70/2023 –que claramente preexistió al oficialismo– y la ley Bases alivianada, y puede estresar los recursos constitucionales para vetar leyes “hostiles” a las necesidades del Gobierno o generar los DNU a sabiendas de lo lábil de la ley de 2006 que los controla –y que si el Congreso intenta cambiar será vetada–.
Hubo un fenómeno que debe mensurarse, que fueron los eternos piquetes, que desaparecieron bajo manu-militari de Patricia Bullrich. Puede deducirse que las necesidades de las personas más pobres continúan pero la expresión política de las organizaciones sociales que profundizó un conflicto social y urbano por más de dos décadas debe ser revisada.
Alineamientos y batallas. En política exterior se da uno de los cambios más profundos y que en general solo les importa a los especialistas. La Argentina de Milei ha roto con la postura de no intervención histórica para alinearse a Estados Unidos, Israel –y más silenciosamente– con Inglaterra, lo que lleva a cuestiones sorprendentes como los votos en soledad del país en los organismos internacionales o el retiro de la delegación de la cumbre del cambio climático (COP19). Habrá que ver qué sucede si Trump decide apoyar a Putin en su guerra con Ucrania, lo que representaría un triunfo simbólico tardío de Alberto Fernández, cuando le ofreció al ruso que Argentina fuera la puerta de entrada a América Latina.
Finalmente queda en análisis de la tan mentada “batalla cultural” que promueven y moviliza a los libertarios. La primera cuestión tiene que ver con el rechazo a todas las políticas feministas y sobre discriminación que llevó adelante el gobierno anterior. Prácticamente la primera medida de Milei fue la disolución del Ministerio de la Mujer y el Inadi –que se debe decir que pocos lamentaron–. Es claro que no fue decidido en bases presupuestarias.
El sector ultraconservador en Argentina es pequeño pero muy intenso y sobreideologizado, con sus batallas contra el fantasma del comunismo cual un Don Quijote contra los molinos de viento. En la reciente inauguración de la Fundación Faro, Javier Milei apoyó la creación de un “gramscismo de derecha”. En estos días la batalla se orientó hacia la educación sexual integral, probablemente los siguientes blancos sean la interrupción voluntaria del embarazo y el matrimonio igualitario. Este proceso “antifeminista” es sin dudas la respuesta dialéctica a un feminismo –de todos los existentes– que tuvo un rol protagónico en los cuatro años anteriores y también sobreideologizado. En la medida en que el Gobierno logre generar buenas noticias en lo económico esta agenda puede llegar a relativizarse, en caso contrario va a radicalizarse.
*Sociólogo.