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El Nobel de la apatía

Gafas - lectura 20240622
Imagen ilustrativa | Escena de lectura | Unsplash | Arun Prakash

Ya que se dicen cosas, por qué no escribir otras. Si uno de los políticos más versátiles llega a decir que el Presidente merece el Nobel de Economía, aquí podríamos extender sus supuestos atributos al de la apatía mayor alcanzada. La pregunta es si acaso la humanidad puede prosperar sin empatía. Los superhéroes del superávit no parecen practicarla, confiados en un derrame que apacigüe el descontento. Pero con todo el esfuerzo de la confianza, en un intento de proyección del modelo presente, cuesta vislumbrar un país justo. Si consideramos que la justicia no se basa en la libertad de quienes más pueden, la brecha no puede más que ensancharse. La falta de afecto convierte al pragmatismo en una topadora de anhelos. ¿Cuál es el cálculo? ¿Estadísticas verificadas en otros contextos con variables que no incluyen nuestra diversidad cultural? ¿Qué sociedad vislumbran bajo el manto libertario (darwinista?) de los que acometen esta cruzada sin más épica que lo rentable y el saneamiento? Oponerse es un ejercicio que por suerte tiene cada vez más adeptos. No solamente por cuestiones ideológicas; en muchos casos, por no ser tenidos en cuenta. La sociedad no se divide en el debe y el haber sino en exclusión e inclusión.

Trato de aplacar la desidia. Cuento con la distancia. Estoy en una ciudad portuaria, todavía me quedan algunas semanas de residencia. Quiero respirar hondo antes de volver, no porque aquí tengan mejor aire, el futuro también se presenta incierto, y hasta peor; solamente me amparo por un rato en la lejanía que contribuye al cambio de perspectiva, abriendo el diálogo entre lo propio y lo ajeno. Aprovecho la increíble variedad de oficios y nacionalidades que conviven en Saint-Nazaire;  transito por los tugurios del puerto, escuchando conversaciones imperdibles, donde palabras de distintas lenguas conviven en una misma frase. Y todos se entienden o tratan de hacerlo, porque lo que importa es seguir conversando. Descansar del trabajo, del aislamiento. Algunos exhiben su último tatuaje  (una ballena blanca que despunta en un torso depilado, su ojo la tetilla, “la hice yo mismo”);  otros enaltecen un whisky bretón (del que recelo); en una mesa del fondo ensayan slams (este fin de semana es el festival de la música por el inicio del verano europeo); algunas mujeres se ponen a bailar una música que apenas se escucha porque en la barra ya están discutiendo sobre las declaraciones de Mbappé, “No podemos resignarnos a ver a la extrema derecha tomar el poder en nuestro país, la extrema derecha está en oposición profunda con la construcción de una sociedad democrática, tolerante y digna”. Y como buen delantero, Thierry Henry tomó la posta y siguió diciendo: “En contra de todo lo que divide y a favor de lo que pueda unir”. Esto desató una serie de discusiones (en el país, en el bar del puerto donde yo estaba), que llevaron a la ministra francesa de Deportes, Amélie Oudéa-Castéra, a decir: “Sin obligar a nadie a hacerlo, doy la bienvenida a quienes se han pronunciado en los últimos días”; y al dueño del bar a convidar sus esperanzas: “La casa invita, por Mbappé y la ministra”.

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Estoy en lo que llaman Loire Atlántico, donde el río más largo de Francia desemboca en el mar. Las aguas se mezclan, como las lenguas en el bar del puerto. Desde el piso diez de mi residencia veo la desembocadura y fácilmente me traslado al Río de la Plata volcándose en el mismo océano. El viaje imaginario mitiga la nostalgia pero también habilita comparaciones. Y miedos. Argentina es un país de conversadores, no necesariamente de verseros. Y de inspirados, más que de corruptos. Con algunos buenos ejemplos y empatía podríamos recuperar vuelo.

En el bar de Saint-Nazaire, el sol tardío se despide del día más largo del año. Las conversaciones se van apagando. Ya se fue el cocinero pero el hambre nos alcanza para convencer de que nos traigan unos últimos buñuelos de bacalao (adictivos, y a muy buen precio). Quisiera quedarme más tiempo, prolongar la tibieza de voces inentendibles, o volver a la residencia para escribir lo que estoy escribiendo, intentando transmitir la alegría de ciudadanos que se merecen mayor respeto.

Que los superados del superávit tengan en cuenta lo incontable.

La afable humanidad sin fronteras.