Murió el argentino que llegó a papa. En un mundo que nos habla de abundancia y dólar, cambio, dólar, murió el jesuita, el hombre de Flores que eligió por nombre Francisco en honor al Santo de Asís, aquel hijo de un comerciante rico que renunció a todo para vivir en la austeridad. Jorge Bergoglio, el que pasó por la educación pública desde la escuela primaria hasta la universidad, el defensor de los sin techo, sin tierra y sin trabajo, de las mujeres, las diversidades, los refugiados, los migrantes y las prostitutas.
Con sus bemoles, supo hacer equilibrio en un mundo que se desintegraba en individualismo, consumo y atomizaciones. Sin fanatismos abrió todas las puertas. Marcó rumbo incluyendo a todos.
Actualizó la doctrina de la Iglesia con sentido de justicia y sin banalizar su esencia. Su obra escrita queda cerrada hoy en cuatro encíclicas que no podrán ser pasadas por alto: Lumen Fidei, Laudato Si’, Fratelli Tutti y Dilexit Nos.
Habló y escribió el idioma del gesto. No vino a la Argentina ni para despedirse tras su enfermedad. Lo hizo, para cuidar su rol de pastor hasta el final, pero también para que nadie se hiciera los rulos o fuera a utilizar su mensaje en beneficio de un sector político. De algún modo y sin excederse, fue señalando que todo estaba bastante mal en la construcción de los distintos escenarios políticos de este país y del mundo.
Dio nombre al presente al exponer que somos partícipes negadores de una Tercera Guerra Mundial cuotificada, que ya nadie podrá esconder bajo la alfombra. Pero, por sobre todas las cosas, fue cuidadoso en el uso de la palabra de Dios, lo que no lo dejó en el lugar de un papa ciego o marginal. Sus actos sintetizaron chorreras de palabras y textos. También en eso fue austero y quirúrgico, pese a que el mundo cambió durante su papado a una velocidad imposible.
Francisco evitó las discusiones vacuas y achicó todo lo pomposo a su mínima expresión desde que puso un pie en la Residencia de Santa Marta y hasta renovar los funerales que iban a tocarle.
Su paso por el Vaticano deja una huella profunda que será el puntapié inicial de una renovación que esperamos continúe. Hay que seguir leyéndolo porque su legado espiritual es mucho más material de lo que creemos.