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El film que nunca veremos

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Siempre aprobé esa regla que dice que los buenos films se hacen con libros malos. Es algo que Jean-Luc Godard nunca se cansó de repetir, incluso cuando filmó El desprecio, de Alberto Moravia, aunque en ese caso libro y film coincidieron: ambos son malísimos. Estoy exagerando: el film de Godard es peor que el libro de Moravia. Godard también llevó al cine The Jugger, de Richard Stark, y el resultado fue Made in USA, una versión cómica de una novela negra indigerible, en la que el héroe, Parker, un gángster con conciencia de clase, se traslada a un pueblo en el que vive un excompañero de aventuras con el fin de matarlo, para encontrarse conque alguien se le adelantó y sabe cosas que no debería saber. En esa novela, Parker asesina a un adolescente para no dejar rastros, algo que naturalmente Godard prefirió pasar por alto. En Made in USA, Parker se convierte en una mujer, Paula Nelson. Pero esas no son las únicas licencias que se toma Godard: probablemente consideraba mala a la novela de Stark, pasible de ciertas correcciones y transformaciones. Son cosas que pueden hacerse con las novelas malas. Orson Welles hizo algo parecido cuando filmó Si muero antes de despertar, de Sherwood King, y la convirtió en La dama de Shangai. Luis Buñuel seguramente consideró mala la novela Ensayo de un crimen, del mexicano Rodolfo Usigli. Usigli se indignó con lo que vio, al punto que llevó a Buñuel a los tribunales. Viendo el film de Buñuel no se entiende tanta indignación; hasta que se lee el libro. Cualquiera en el lugar de Usigli hubiese hecho lo mismo.

Siempre hay excepciones: Orson Welles filmó Macbeth de Shakespeare y El proceso de Kafka, pero bueno, era Orson Welles y podía hacer lo que quería. Incluso intentó filmar el Quijote, aunque la cosa no terminó bien. Sabía que el Quijote de Welles era uno de esos films que nunca veríamos, pero desconocía que El viaje al fin de la noche, de Louis-Ferdinand Céline, fue un proyecto, en 1964, que estuvo en manos de Godard. No puedo imaginar qué habría resultado de eso. Lo sorprendente es que en 1964, Céline era todavía un autor ignorado y proscripto. No fue hasta que en 1966, cuando Dominique de Roux publicó La mort de Céline, que volvió a reivindicarse literiamente la figura de Céline. La idea no fue de Godard, sino de Jean-Paul Belmondo, que hasta su muerte se lamentaba de no haber concretado el sueño de encarnar a Ferdinand Bardamu. De modo que ese film habría desetiquetado a De Roux como el reivindicador del escritor colaboracionista que había muerto tres años antes, en 1961.

Belmondo propuso el film a Michel Audiard, otro apasionado del Viaje, pero por alguna razón el director pensó que el director adecuado no era él, sino Godard. Georges Géret habría encarnado a Robinson, y la joven Shirley MacLaine habría sido una perfecta Molly, la prostituta de Nueva York a la que Céline dedica las únicas páginas tiernas que escribió en su vida. Al parecer el proyecto se frustró por una complicada cuestión de derechos, algo que en el momento hizo lanzar gritos de odio a Audiard, quien años después reconoció que filmarla hubiese sido un error: “Estoy encantado de que el Viaje nunca se haya hecho. Hubiésemos hecho el ridículo para la posteridad. La literatura a ese nivel sólo puede cagarla.”

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Años después, Sergio Leone también se lanzó sobre el Viaje. Leone había leído la novela cuando tenía veinte años, y al parecer durante toda su vida no logró reponerse del encuentro, algo que cualquier lector de la novela puede entender. “Céline te marca hasta la muerte. Pensé muchas veces en hacer un film con ella. Pero no sé si sería razonable tocar una obra maestra como esa.” De todos modos, Leone se conmovió cuando supo que a la viuda de Céline le hubiera gustado que le confiaran la adaptación de la novela a él.

¿Quién podría filmar hoy el Viaje? Me falta imaginación para eso.