La entrevista al filósofo italiano Andrea Colamedici que publicara Jorge Fontevecchia el domingo 13 con el título “Hipnocracia, de Trump a Milei”, cumplió acabadamente objetivos centrales del periodismo: revelar, conmover, provocar, desafiar, plantear problemas nuevos a partir de reflexiones también nuevas, pero fundadas en lo más profundo, antiguo, de los procesos del pensamiento filosófico.
Debo confesar que el anuncio de este reportaje en la portada de PERFIL me alarmó, porque no se dice allí que las propuestas de Colamedici están basadas en buena parte en una mera representación construida (IA incluida) a partir de un supuesto escritor hongkonés, Jianwei Xun, personaje inventado por el entrevistado para construir, a partir de él, una teoría que plantea respuestas a fenómenos políticos, sociales, económicos, ideológicos como los que encarnan Donald Trump, Javier Milei y un número importante de dirigentes e incluso gobernantes contemporáneos.
En verdad, esa alarma quedó neutralizada apenas comenzada la lectura de la entrevista (páginas 34 a 40, https://www.perfil.com/noticias/periodismopuro/hipnocracia-de-trump-a-milei-por-jorge-fontevecchia.phtml). Se identifica a Colamedici como “ideólogo del experimento filosófico para el cual creó la identidad falsa de escritor hongkonés…”. En definitiva, propongo a los lectores de este diario que lo lean completo porque sirve para hacerse una idea de lo que está pasando en el mundo con estas nuevas y a veces estrafalarias propuestas culturales e ideológicas.
En cierta medida, la aparición de fenómenos como el que investiga el filósofo italiano plantea un nuevo escenario de ideas y prácticas, muchas de ellas tan nocivas como las que han impactado sobre las sociedades. La disrupción y su traslado a la vida cotidiana merecen establecer paralelos y observar cuánto afectan al mundo, a los países y a sus comunidades.
Me trae a la memoria el debate sobre la influencia creciente de internet tras su aparición y rápido crecimiento. A principios del siglo, Umberto Eco la definió negativamente con virulentas palabras: “Internet puede haber tomado el puesto del periodismo malo (…) Te fías de todo porque no sabes diferenciar la fuente acreditada de la disparatada”. En un reportaje para La Stampa, de Turín, Eco afinaba más la mira, centrándola en la por entonces novedosa irrupción de las redes sociales, que –en sus palabras– “les dan derecho a hablar a legiones de idiotas que antes hablaban solo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un Premio Nobel. Es la invasión de los idiotas”.
Vistos los resultados de la influencia creciente de las redes sociales sobre la vida de los humanos, eso que fue un fenómeno por aquellos años es hoy una parte indivisible de las conductas humanas, desde la más elemental hasta las más sofisticadas, como lo son las consecuencias del poder que ejercen personajes entre extravagantes y peligrosos.
Leyendo y releyendo los dichos de Colamedici en el reportaje aludido, estamos ante un desafío: revisar conceptos instalados (el fascismo, por ejemplo: “No es que no haya una herencia fascista en todo esto, pero se corre el riesgo de que sea un término que no funciona”). Se trata de otra dimensión, de otro (novísimo) estadio, de otros puntos de partida para analizar el mundo actual. Probablemente tendremos que cambiar la mirada y abrirnos a nuevas palabras y nuevos conceptos.
“Necesitamos desafiarnos a nosotros mismos, espolearnos y utilizar la inteligencia artificial de este modo”, define Colamedici. Y así como internet, ayer, alarmaba a estudiosos como el semiólogo Eco, hoy debiera ser bienvenida la alarma ante este nuevo paradigma.