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El entorno de dos

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Ellos. Karina Milei y Santiago Caputo, los apuntados por Mauricio Macri. | cedoc

Fue Ricardo Balbín quien introdujo la palabra como un torpedo en el gobierno de María Estela de Perón. Denunció entonces un anticipo del posterior golpe militar del 76 al “entorno” de la administración peronista. Una forma sutil del “chino” radical para evitar nombres y apellidos que rodeaban a la mandataria y todo el mundo conocía. Sin recurrir ni conocer a esa apelación histórica, Mauricio Macri se apropió del mismo término para fulminar al entourage de Javier Milei. Una simple y curiosa casualidad. Si Balbín exponía un enojo sorpresivo contra el cerco de Isabelita, en esta ocasión el ingeniero boquense realizó un ataque anunciado: un día antes estuvo cenando con el Presidente, hablaron a calzón quitado y, en apariencia, Milei soslayó cualquier pedido para evitar que rociara con nafta a su hermana y a su protegido Santiago Caputo, las cabezas del entorno denunciado por Macri. Hasta el infeliz cuestionado del asesor presidencial sabía del pronunciamiento, anticipado por varias vías además: quiso aplacarlo, aliviarlo, pidiendo misericordia con elogios al PRO, al pasado gobierno macrista y, por supuesto, a quien lo había presidido. No le alcanzó. Sorprende que un especialista en temas de comunicación, hombre que se rehúsa a protagonizar entrevistas filmadas, haya pecado con esa suerte de autocrítica personal increíble con respecto a la figura de Macri, inclusive luego de agresivos tuits con los que lo había denostado. A menos, claro, que alguien se lo haya pedido él debiera hocicar. Nunca debe descartarse a las fuerzas del Cielo.

La palabra la usó por primera vez Ricardo Balbín contra el gobierno de Isabel Perón

Por prudencia familiar, el ingeniero se concentró más en fustigar a Caputo que a Karina. Dijo, como si el público fuera ingenuo, que casi no la conoce, que apenas la vio un par de veces, una alevosía ficcional. Aunque no deja de responsabilizarla, igual que a Caputo, por el candado sanitario que le impide a su gente participar de la Administración. Y, sobre todo, por endulzarles a sus simpatizantes desde el centro del poder, inducirlos a cambiar de bando, “chuparlos” en el mejor sentido de la palabra y disminuir el peso partidario en la balanza nacional: el entorno denunciado cree que el PRO hoy no registra un kilaje superior al 10% de los votos. Más que nadie, Macri debe saber que sus dos apuntados realizan tareas conjuntas en las tardes de la Casa Rosada, ella con un séquito de mujeres asesoras y él a cargo de controlar varios ministerios y como estrella del equipo de comunicadores y mensajes, a veces incendiarios, que inundan las redes. Y que, en  ocasiones frecuentes, ambos se reúnen a solas: si no son el Gobierno, al menos ejecutan desde la sede del Gobierno.

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Al revés, como se sabe, Milei consume más tiempo en Olivos, prefiere internarse en la indomable economía con sus visitantes, abarcar otras prioridades del Estado, menos burocráticas, tener audiencias no inferiores a una hora: pensar más en las delicias que lograra su gestión en el futuro que en la miseria de los trámites cotidianos, el acoso del presente. Otro mundo, el que comparte con algunos favoritos, hasta con un exfavorito de Macri, un alegrante intelectual y ghost writer que hasta se lleva el vino a la residencia porque allí no hay alcohol para las comidas. Se supone que esa relación ha contribuido a limar sospechas o prejuicios entre el exmandatario y el actual.

Milei parece ahora más proclive a unir que a dividir, como le pide su querido dúo

Cierto hartazgo acumulado en meses mostraba Macri antes de su cena con Milei y su última reentre en los medios. Reflexionaba: se quedan con todo lo mío y encima me agravian, musitaba antes de dormir. Solo, además, porque su esposa se había ido a esquiar al sur. A personajes como Macri, es público, lo gobiernan tres valores que empiezan con p: propiedad, propiedad y propiedad. Entonces, el confiscatorio operativo político del dúo presidencial era un atentado contra el ingeniero y su concepto fundamental de vida: lo consideraba un saqueo, de votos, personas y territorios. Ni a Cristina se le había ocurrido tamaño despojo. Encima le tachaban personajes de su confianza, Javier Iguacel por ejemplo, o exministros como Germán Garavano, Guillermo Dietrich o Francisco Cabrera. “No quieren a los míos, pero sus ministros más importantes pertenecen a mi gestión, son los que yo había elegido”, podía repetir sobre el rol de dos que se le han ido de la mano, Patricia Bullrich y Luis Caputo. Tal vez puede incluir ahora a Federico Sturzenegger, a quien le arrojó alabanzas a pesar de que el desregulado todavía guarda asignaturas críticas sobre su pasado en ese gobierno.

Para colmo de esa situación conflictiva con la cúpula de Milei, de pronto Mauricio debió atender y ocuparse de una dificultad interna: una explosiva denuncia que su primo Jorge, en la Ciudad, lanzaba contra la Administración pasada de Horacio Rodríguez Larreta por irregularidades en una concesión de acarreo de autos. Un “curro” que también involucraba al gremio Camioneros, a la tesorería de la familia Moyano. Tomó altura el pleito y se disolvió en el aire, no solo por la amenaza gremial, sino por la intervención del mismo expresidente: aunque discrepe con Rodríguez Larreta a límites escandalosos, el bombardeo al exalcalde también salpica al PRO y a personal de su cercanía. Logró, en minutos, que se apaciguara ese conflicto, saliera de los titulares. Hay una vieja enseñanza partidaria que a veces se atropella sin pensar en las consecuencias: “No hay que serruchar la rama porque nos caemos todos los monos”. Quizás lo tomó en cuenta Milei, quien ahora parece más dispuesto a juntar que a deshacer, contra la opinión de su querido dúo en tren de parecerse a Marcos Peña, uno de los recurrentes odiados del poder.