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El ensayo amable

“Ensayismo” es un libro encantador, inteligente, bien escrito, lúcido, documentado, elegante, es decir, absolutamente hueco.

16-4-2023-Logo Perfil
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Ensayismo, de Brian Dillon, publicado originalmente por la tan de moda como sobrevalorada editorial inglesa Fitzcarraldo, traducido al castellano por Anagrama, es un libro encantador, inteligente, bien escrito, razonable, argumentado, seductor, lúcido, documentado, elegante, es decir, absolutamente hueco. Entre los textos que Dillon menciona, uno es El ensayo como forma, de T.W. Adorno. Pero el autor parece olvidar el núcleo de la intervención de Adorno: “El ensayo es lo que fue desde el principio: la forma crítica par excellence”. En cambio, en su recorrido por la historia del ensayo y por lo que él mismo entiende por ese género, Dillon entrega un libro amable, tranquilizador, falsamente pretencioso: pertenece al tipo de libro que un lector desprevenido siente que sale más culto luego de su lectura. Pero el verdadero lector de ensayo nunca es un lector ingenuo, no es fácil tomarlo des-prevenido. Y rápidamente se le ven las costuras al libro, su modo de producción, su estrategia de circulación para la banda alta del mainstream contemporáneo. Es un libro que queda bien tener, regalar, exhibir, pero que leemos sin necesidad de haberlo leído, ya lo conocemos sin necesidad de haberlo conocido (lo mismo podríamos decir de cierto vanguardismo académico, propio de buena parte de la narrativa contemporánea. Pero hoy, aquí, el tema no es la narrativa sino el ensayo).

A Dillon no le faltan fuentes, las conoce casi todas, incluso algunas inesperadas como colocar a Elizabeth Hardwick como gran ensayista, y no solo como la autora de una novela maestra, Noches insomnes. Antes y después pasa por Cyril Connolly y Barthes, Benjamin y el Schlegel de los Fragmentos del Athenaeum, y por buena parte de la tradición del ensayo anglosajón y francoalemán (Italia y América Latina, incluso los más obvios, como Octavio Paz y Borges, están ausentes). Pero antes que un ensayo agudo, se parece más a un álbum de figuritas, al catálogo de Falabella del ensayismo. El ensayo, como sabemos, es un género digresivo, lúdico, juguetón, arbitrario, que puede dedicarle muchas páginas a un hecho menor y pocas a inmensos asuntos. Piezas mayores de la tradición anglosajona, como El placer de odiar & La gente desagradable de William Hazlitt, por dar un ejemplo, dan cuenta de ello. La tradición francesa –más allá de algunas excepciones– y la alemana, en particular la que va de Simmel a Frankfurt, están más cercanas a la crítica, incluso por momentos a la teoría, pero siempre, volviendo a Adorno, “el ensayo asume en su propio proceder el impulso antisistemático”. ¿Qué quiero decir con esto? Que ya no solo, obviamente, por la vía francoalemana, sino que incluso en la versión más literaria, más irónica, nuevamente más anglosajona, el ensayo, cuando es interesante, es ante todo un texto de combate. Una máquina de guerra contra las convenciones, el sentido común (en especial el sentido común progresista), un texto que derriba, que impone un nuevo orden sobre las cosas, que interpreta los textos o los sucesos de un modo que los vuelve novedosos. Si el ensayo viene después (después de las obras, los textos, los sucesos comentados) es para hacerle decir a ese después algo nuevo. Nada de eso sucede en Ensayismo.

Por los datos del autor en la solapa nos enteramos de que, por supuesto, Dillon es profesor de Escritura Creativa.

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