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Panorama internacional

El eje euroasiático

Putin mostró que Rusia no estaba tan aislada internacionalmente como dice Occidente y Xi reafirmó su estrategia de creciente influencia en Asia Central.

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Refuerzo. Xi y Putin volvieron a reafirmar el intenso vínculo en la cita de Astana. | afp

La vigésimo cuarta Cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) realizada del 3 al 5 de julio en Astaná recibió –como la mayoría de los eventos de relevancia en Eurasia que no tienen, aparentemente, impacto inmediato y evidente sobre los asuntos mundiales– una atención mediática limitada en Occidente. Con la participación de Xi Jinping, Putin, Erdogan y otros mandatarios de los Estados miembros u observadores de la organización y del secretario general de la ONU, Antonio Guterres, pareció ser, sin embargo, un encuentro relevante para impulsar una agenda multilateral y para desarrollar reuniones bilaterales entre mandatarios eurasiáticos. Quizá la más significativa de ellas fue la reunión entre Putin y Xi a dos meses de la visita del presidente ruso a Beijing, en tanto el tándem Rusia-China ha motorizado, desde su fundación y con altibajos, el desarrollo de cambios estructurales en su seno y la creciente proyección internacional de la OCS que, en la actualidad, representa a casi la mitad de la población mundial y a una cuarta parte de la economía global. Sin embargo, más allá del peso de los números, la OCS constituye el principal mecanismo articulador en el ámbito euroasiático sobre la base de una agenda de seguridad que privilegió, desde sus inicios, la lucha contra los “tres males” –el terrorismo, el extremismo y el separatismo–, a los que con los años se han ido sumando la lucha contra el narcotráfico y el crimen organizado. La cumbre concluyó con la aprobación de la inclusión de un nuevo miembro –Bielorrusia–, y la firma de la Declaración de Astaná y de más de 25 documentos referidos a temas de cooperación en diferentes áreas que reflejan, en gran medida, los nuevos desafíos a los que se enfrentan los miembros de la OCS, particularmente con el incremento de medidas proteccionistas y el ascenso de las partidos de extrema derecha en Occidente: la necesidad de promover el comercio intrarregional, de atraer inversiones para el desarrollo de una mayor infraestructura y conectividad en Eurasia y de impulsar políticas adecuadas para enfrentar la reorientación de los flujos migratorios hacia la región.

Más allá de la creciente evolución de esta agenda con la incorporación de temas comerciales y financieros, la OCS sigue siendo parte de una arquitectura de seguridad regional que ha tenido éxito no solo en la lucha contra los “tres males”, sino también en la exclusión de la presencia de la OTAN en el espacio euroasiático. Sin embargo, los pocos analistas occidentales que se ocupan de este organismo abundan en las críticas acerca de su inoperancia y de su falta de eficiencia y lo califican como “un club de amigos” afines ideológicamente que se reúnen con cierta regularidad para emitir declaraciones que no se materializan en medidas y políticas concretas.

Pese a las críticas, el impacto político y geopolítico de esta cumbre ha sido evidente en cuanto aglutina a los actores protagónicos y a los países en desarrollo de la región bajo el liderazgo del tándem China-Rusia que, a su vez, han ido acrecentando su convergencia estratégica y su interdependencia económica en los últimos años. A la par de impulsar la cooperación Sur-Sur en distintos temas del espacio eurasiático, la cumbre ha puesto de manifiesto con claridad que se identifica con el surgimiento “de un orden mundial más justo y multipolar” que acompaña una redistribución del poder mundial y que configura un componente estratégico fundamental del esfuerzo por estructurar una arquitectura de seguridad en el espacio eurasiático basado tanto en la OCS como en su articulación con los Brics y con la Unión Económica Euroasiática. En su conjunto, estas organizaciones y, en el plano económico, los avances de la Iniciativa de la Franja y de la Ruta de Beijing han ido configurando un ámbito euroasiático de contrapeso al espacio euroatlántico, con creciente proyección en el Sur Global.

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Sin duda, este complejo proceso no es unilineal y padece también de sus propios problemas y fisuras. A la cumbre no asistió el primer ministro Modi, anfitrión de la cumbre precedente, so pretexto de estar lidiando con las secuelas de un proceso electoral que no respondió a sus expectativas. Lo reemplazó el canciller indio que, en su discurso, asomó, de una manera sutil, las tensiones con China, en especial por su apoyo a Pakistán, y la necesidad de enviar una señal a Occidente de que India no estaba plenamente alineada con el eje euroasiático. Sin que esto obstara a la ya anunciada próxima visita de Modi a Moscú.

La participación de Erdogan, en representación de un país observador de la OCS y, a la vez, miembro de la OTAN como Turquía, pese a sus afiliaciones euroasiáticas, resultó paradójica, pero fue crucial para la realización de un encuentro con Putin, donde se discutió, entre otros temas, la próxima visita del presidente ruso a Turquía. 

Putin, por su parte, mostró que Rusia no estaba tan aislada internacionalmente como lo proclama Occidente y Xi reafirmó su estrategia de creciente influencia en Asia Central y en el Sur Global en general. Finalmente, un saldo final tangible de la cumbre fue la reafirmación de Beijing y de Moscú como los principales impulsores en la configuración del entramado euroasiático como alternativa o contrapeso a Occidente, tanto en relación con la gobernanza regional como global.

*Analista internacional. Presidente Consejo Académico Cries.