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El dilema de la Navidad

Árbol de Navidad
Árbol de Navidad | Agencia Freepik

El dilema de la Navidad. Así se titula una publicidad de cierta línea aérea, suerte de reality donde a cuatro pasajeros que están por visitar a sus familias durante las navidades les proponen modificar sus rumbos hacia lugares que siempre han soñado. Un desafío, casi perverso, que pretende enfrentar, midiéndolos, sentimientos de retorno con la posibilidad de alcanzar un destino lejano y costoso, por supuesto en business y con hoteles pagos (Nueva York, Tokio, etc.). Mientras los cuatro se quedan perplejos ante la disyuntiva (los vuelos saldrían a la misma hora) y  piensan cómo responder a semejante propuesta, sus familiares visualizan la hesitación de estos candidatos a través de pantallas de televisores, temiendo la elección individualista, hedónica, que no los tendría en cuenta como familia. Es decir que aceptarían el cambio. Los planos de rostros casi desesperados, sumidos en la expectativa y el reproche anticipado de los familiares en sus casas, junto con los de las dudas de los elegidos para el llamado “experimento” y luego, la felicidad y sobre todo el alivio de que los cuatro hayan decidido pasar las navidades con sus familias en lugar de aceptar esta insólita promoción, es digna de las peores películas hollywoodenses.

La conclusión a la que parece llegar el aviso publicitario es que la Navidad resulta ser el mejor destino, y que lo familiar tira más que lo exótico. Pero lo que evidencia el relato es la manera en que la publicidad se sirve de estos sentimientos, simulando una oferta extraordinaria que en la realidad –y no en el reality– se reduce solo a millas acumuladas y asientos cada vez más estrechos. Las fiestas suelen presentar múltiples aspectos y este comercial demuestra cómo se pueden mezclar perversamente los sentimientos con el mercado.

En épocas de tantas dificultades, sabiendo que los encuentros implican un brindis, una cena colorida, regalos, la épica del lagrimeo promovida por este anuncio es casi una ofensa. Los festejos de fin de años agudizan las diferencias. Muchos se exaltan, otros se hastían de antemano, surgen las tristezas por los ausentes así como las alegrías por encuentros largamente esperados. Es la época del año con mayor demanda de terapia, según cuentan los psicoanalistas; fiesta y familia, también es garantía de historias personales removidas. Se suman las listas de lo inconcluso, de lo por hacer, de los gastos, de los mensajes a enviar y contestar. Listas con tachaduras por lo que no alcanza, y entonces al rescate de arbolitos medio machucos, luces incompletas, estrellas a enderezar, pesebres con algunos reemplazantes, fuegos artificiales, y unos cuantos artificios más para que la fiesta congregue y le gane a la incertidumbre de 2025.

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