Si se señala la Luna para mostrársela a un perro, el perro no mira la Luna, mira el dedo que señala. Con este ejemplo, Viktor Frankl (el médico y pensador austríaco que fundó la logoterapia a partir de sus vivencias en el campo de concentración) ilustraba la idea de trascendencia. Mirar la Luna, decía, es una facultad humana que equivale a trascender, a comprender la totalidad de una circunstancia y a encontrar un sentido en ella. Se refería a un sentido existencial. Que esa sea una facultad humana no significa que todas las personas la ejerzan. Abundan quienes solo miran el dedo, es decir, lo cercano, lo elemental, lo que no requiere mayor capacidad de razonamiento y simbolización.
Algo así vino ocurriendo con quienes, fascinados ante Milei, vieron únicamente el dedo (sus supuestos conocimientos de economía, su supuesta diferencia con la casta política, su supuesta incorruptibilidad). La inflación a la baja y un abrupto equilibrio fiscal alentaron a mirar el dedo sin contemplar lo oculto en el resto de la mano: el recorte a los jubilados, la obra pública paralizada en un país con serio déficit de estructura, la salud en niveles de carencia, la inseguridad cobrando vidas y bienes de manera pandémica, la pobreza cronificada, la indiferencia oficial ante una desigualdad social inédita, la persistencia del capitalismo de amigos, entre otras cuestiones que podrían resumirse en seis palabras: una sociedad librada a su suerte. Mirando el dedo sin ver la Luna se ignoraron otros datos del escenario completo: el currículum de Milei trabajando en un pasado cercano para empresarios y políticos a los que acusaría de ser parte de la casta, las documentadas denuncias de plagio que pesan sobre sus libros, su intolerancia, su insensibilidad ante hechos que golpean a la sociedad y requieren un mínimo de empatía, alguna palabra que no sea un insulto, una ofensa, un prejuicio. Todo eso se ignoró o se justificó con “él es así” o “es auténtico”, usando “auténtico” como “simpático”. Cuando aparece la sombra, lo oscuro, lo impresentable, lo dañino de una persona, sea voluntariamente o no, aparece lo realmente auténtico y hasta entonces negado o reprimido de ella, pero eso no la excusa. Mirando el dedo se justificaron o ignoraron pactos con la casta para tratar de imponer algún juez impresentable o consagrar leyes en el Congreso, se admitió que Argentina se integre a un club de amigos peligrosos, fascistoides, retrógrados, mientras se retira de espacios esenciales para fomentar o defender un humanismo universalista. Si un tufo de brutalidad e ignorancia emana de las redes en donde los trolls fanáticos del dedo insultan y amenazan a diestra y siniestra, esas bajezas se naturalizaron como una nueva forma de “hacer política”.
Todo esto que no importó, se justificó y no se cuestionó, estuvo siempre ahí, mientras se miraba el dedo y no la Luna. La atención estuvo puesta en intereses sectoriales y personales, en ventajismos miserables y ajenos al bien común. Hace tiempo que la sociedad argentina no mira la Luna. Solo el dedo. Esa miopía no es gratuita ni inocente. Pero ahora el “principio de revelación” se volvió contra quien suele usarlo para atacar a otros. Se revelaron la inconsistencia de sus “conocimientos”, la peligrosidad de sus impulsos emocionales (los menos indicados para la toma de decisiones), el mecanismo servil de las entrevistas a cargo de un elenco fijo de periodistas amanuenses. Y se terminó de revelar que tras los telones de lo aparente un monje negro vestido de asesor presidencial, mueve hilos y toma decisiones muy riesgosas para toda la sociedad (decidiendo incluso lo que el presidente puede decir o callar). La Luna asoma entre oscuras nubes de irresponsabilidad.
* Escritor y periodista.