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El criptogate deja al descubierto flagrantes violaciones a la ética

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TOMÁS ELOY MARTÍNEZ. Algunos seudoperiodistas debieran revisar sus prácticas con sus enseñanzas. | cedoc

Debo aclarar que esta columna fue escrita el miércoles 19, condicionada por el cierre del suplemento El Observador que sucede ese día. Por tal razón, no entraré en el cúmulo de información, comentarios y datos vinculados al llamado criptogate. Debo suponer, por lo visto hasta este momento, que serán revelados nuevos elementos. Entonces, quiero señalar algunas cuestiones que no perderán actualidad.

Hay un hecho inmodificable, sea quien sea quien intente interpretarlo: un funcionario público, el de mayor rango en el Estado Nacional, ha cometido una violación flagrante a los instrumentos que regulan la función pública, en particular los preceptos básicos de la ética en el ejercicio del Gobierno. El presidente Javier Milei, que viene exhibiendo algunos buenos resultados en su gestión económica, operó activamente y de manera pública para favorecer un negocio privado que concluyó, para peor, en estafa. Lo hizo en ejercicio del poder, aunque quiso luego disfrazarlo como parte de su profesión como economista. A partir de allí, comunicadores alineados sin dudas con la política presidencial intentaron sin éxito desviar la atención del creciente escándalo. Uno de ellos es Jonathan Viale, quien vio crecer negativamente su celebridad por haber aceptado la presión del Gobierno para modificar parte de su larga entrevista con Milei, eliminando un tramo que podría –así lo definió– perjudicar judicialmente al Presidente. Sobre ese tema escribí el martes 18 para PERFILcom una columna crítica que titulé “Peligrosos Seudoperiodistas” (https://www.perfil.com/noticias/columnistas/peligroso-seudoperiodismo-julio-petrarca-caso-jonatan-viale-santiago-caputo-javier-milei.phtml).

Dicho esto, creo que esta es una de esas ocasiones en las que es bueno volver a insistir en los preceptos básicos de esta profesión. Nada mejor que volver sobre lo que escribiera el periodista argentino Tomás Eloy Martínez, quien sigue siendo referente indispensable.

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Su decálogo marca el camino que quienes ejercemos este oficio no debemos abandonar:

1) El único patrimonio del periodista es su buen nombre. Cada vez que se firma un artículo insuficiente o infiel a la propia conciencia, se pierde parte de ese patrimonio, o todo.

2) Hay que defender ante los editores el tiempo que cada quien necesita para escribir un buen texto y el espacio que necesita dentro de la publicación.

3) Una foto que sirve sólo como ilustración y no añade información alguna no pertenece al periodismo. Las fotos no son un complemento, sino noticias en sí mismas.

4) Hay que trabajar en equipo. Una redacción es un laboratorio en el que todos deben compartir sus hallazgos y sus fracasos, y en el que todos deben sentir que, lo que le sucede a uno les sucede a todos.

5) No hay que escribir una sola palabra de la que no se esté seguro, ni dar una sola información de la que no se tenga plena certeza.

6) Hay que trabajar con los archivos siempre a mano, verificando cada dato y estableciendo con claridad el sentido de cada palabra que se escribe.

7) Evitar el riesgo de servir como vehículo de los intereses de grupos públicos o privados. Un periodista que publica todos los boletines de prensa que le dan, sin verificarlos, debería cambiar de profesión y dedicarse a ser mensajero.

8) Hay que usar siempre un lenguaje claro, conciso y transparente. Por lo general, lo que se dice en diez palabras siempre se puede decir en nueve, o en siete.

9) Encontrar el eje y la cabeza de una noticia no es tarea fácil. Tampoco lo es narrar una noticia. Nunca hay que ponerse a narrar si no se está seguro de qué se puede hacer con claridad, eficacia, y pensando en el interés de lector más que en el lucimiento propio.

10) Recordar siempre que el periodismo es, ante todo, un acto de servicio. Es ponerse en el lugar del otro, comprender lo otro. Y, a veces, ser otro.