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El cráter en la luna

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No solo funciona la magia detectivesca de los algoritmos y de las redes sociales, que han vuelto obsoletas a las agencias de inteligencia porque los humanos se lanzan con vocación de exhibicionismo unánime a publicar sus rostros, difundir sus pretendidas virtudes y sus visibles defectos en X, TikTok, Tinder, Facebook, Instagram y otros engendros semejantes. No, también funciona una especie de magia simpática, que nos provee por raro azar de lo que buscamos, o siquiera de algo semejante.

Desde hace un tiempo ando dando vueltas sobre un personaje del siglo XVIII, alguien pretendidamente misterioso, un encantador de serpientes y vendedor de elixires de la inmortalidad que, capitalismo mediante, derivaron en tónicos para el cabello y en bebidas gaseosas que aportan acidez, gordura y diabetes a las jóvenes generaciones.

Pues bien. Paseando entre los puestos de libros usados de la feria finsemanal de mi barrio, encontré, uno al lado del otro, dos que no buscaba pero que de seguro me resultarán necesarios. Uno es una novela de Maurice Leblanc, La condesa de Cagliostro. El otro es El retorno de la magia, de Michael Baigent y Richard Leigh, mezcla de ensayo, recuento histórico y divulgación, donde aparece el personaje de mi búsqueda, apenas mencionado, pero me abre las puertas a otro, desconocido para mí y para el 99,99% de nuestra especie: Yabir ibn Hayyam (721-815), el más importante e influyente de los alquimistas árabes.

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Según el libro que lo menciona, Don Yabir sabía de matemáticas, magia, astrología y astronomía, medicina, espejos mágicos y reflejantes, maquinarias militares, estatuas fijas y móviles (es decir, autómatas, como nos gustan a Steven Millhauser y a mí). Fue el alquimista favorito de la corte del Harun al-Rashid, el sádico califa cornudo de Las mil y una noches que cae encantado por los cuentos de Scherezade. Por supuesto, mejor averiguar o inventar cómo la magia obra mundos nuevos en la literatura y no aplaudir a cosplayers que arman desastres en la política y se postulan para Nobel de Economía como quienes sueñan con preñar la luna. Al menos, Yabir consiguió algo. El cráter lunar Geber (forma latinizada de Yabir ibn Hayyan) lleva ese nombre en su memoria.