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El Bolero de Ravel es de Ravel

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Hace una semana un tribunal francés dio por terminada una disputa legal que tenía como centro el Bolero, una de las piezas musicales más famosas, estudiadas y citadas del mundo. La compuso en 1928 el pianista y director de orquesta Maurice Ravel, y en la causa se enfrentaban, por un lado, la Sociedad Frances de Autores, Compositores y Editores Musicales (Sacem), y por el otro los herederos de Ravel y de Aleksandr Nikolaevich Benois, el escenógrafo y libretista ruso que trabajó codo a codo con Ravel en la representación original de la pieza.

Según los herederos de Ravel y Benois, el Bolero fue creado expresamente para el ballet, por lo que Benois debería ser considerado a todos los efectos el coautor del Bolero, dado que se ocupó  de distintos aspectos de la representación, como el vestuario, las escenografías y la puesta en escena. Para sostener eso, los herederos mostraron algunos papeles privados de Ravel en los que Benois era considerado coautor de la pieza. Por su parte, la Sacem sostenía que esa historia era una “ficción histórica”, y para demostrarlo presentó en el proceso una declaración oficial firmada por Ravel en 1929 donde se lo identificaba como el único autor.

El tribunal rechazó el pedido de los herederos y le dio la razón a la Sacem, estableciendo que el único creador del Bolero de Ravel es Ravel. Esto significa que la pieza seguirá formando parte del dominio público, lo que significa que podrá ser libremente utilizable por cualquiera, sin necesidad de pedir ningún permiso a nadie. Y los herederos no recibirán ni un miserable euro.

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Los derechos del Bolero habían caducado en 2016. La ley francesa establece que los derechos de autor prescriben después de 70 años, pero en el caso particular de Ravel, a los herederos se les reconoció la prolongación de ocho años debido a las pérdidas sufridas durante la Segunda Guerra Mundial. Si el tribunal hubiese aceptado el pedido de los herederos de Ravel y Benois, los derecho habrían caducado en 2029, porque Benois murió en 1960, lo que habría garantizado a los herederos de Benois ganancias millonarias (algo de lo que seguramente habría beneficiado también a los herederos de Ravel, ya que el reclamo fue hecho por las dos partes, en una especie de ataque de “martillo y yunque”, como el que hizo famoso a Alejandro Magno. La sencillez del Bolero es hipnótica, de ahí su fama. Dura casi quince minutos, ocupados en solo dos melodías, con una base rítmica obsesiva y minimalista. Los intrumentos se van sumando paulatinamente, mientras al mismo tiempo otros se retiran o cambian de registro.

En un viaje por el norte de Brasil tuve ocasión de presenciar una ejecución del Bolero de Ravel interpretado por un saxofonista brasileño del que no recuerdo el nombre, pero que se presentaba como el campeón en la ejecución de esa pieza, que le había permitido ingresar al Libro Guinness de los Récords. Fue uno de los espectáculos más patéticos que vi en mi vida. El público, reunido en un gran restaurante con vista a un río, esperaba la aparición del saxofonista. Comenzó a escucharse la melodía muy lejana, y poco a poco se fue aproximando, hasta que el saxofonista se hizo visible, de pie en una canoa que avanzaba lentamente en el río quieto, seguramente impulsada por alguien pocos segundos antes, pero que nadie había visto. El impulso había sido tan preciso que el saxofonista se fue aproximando a una explanada de madera, girando sobre su eje, y la canoa se detuvo en el punto exacto para que el navegante musical pudiera descender y tocar tierra firme sin dejar nunca de tocar el maldito saxo. Luego siguió caminando, subió las escaleras, ingresó al restaurante y concluyó la pieza en el escenario, ante los aplausos desaforados de una masa de brasileños satisfechos y hambrientos. El verdadero artista era el que había impulsado la canoa.

Eso recuerdo cada vez que oigo el Bolero de Ravel. Lo odio.