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Dos escritoras

Poco ha sido dicho sobre la capacidad de lectura de Sarraute y su gusto atinado por la literatura inglesa.

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Todos los días son buen momento para volver a Ivy Compton-Burnett. De hecho, siempre estoy por releer The Life of Ivy Compton-Burnett, de Hilary Spurling, biografía bastante floja, pero donde, no obstante, imagino que puedo encontrar nuevas informaciones sobre una de mis escritoras favoritas. Para los potenciales nuevos lectores, simplemente basta con señalar que Compton-Burnett es una de las más extrañas, raras, excéntricas, es decir, notables escritoras del siglo XX. Sus novelas (cuyos títulos están formados casi siempre por dos términos unidos por una “y”) avanzan a base de diálogos, casi sin descripciones ni interrupciones, en un mundo levemente victoriano, donde la idea de familia está ligada al encierro y a la posesión del poder. La ironía, el sarcasmo, la agudeza de esa máquina dialogante es tal, que luego de leerla, es difícil imaginar cómo se podría escribir de otro modo.

Pero no es sobre esto que quisiera detenerme sino sobre 1939, año de publicación de Una familia y una fortuna. Ese año, del otro lado del Canal de la Mancha, Nathalie Sarraute publicó Tropismos, su primer libro, en la editorial Denoëll. Hay en esa contingencia una casualidad, pero también algo más. Poco ha sido dicho sobre la capacidad de lectura de Sarraute y su gusto atinado por la literatura inglesa. Algo más de quince años después, en 1956, en La era de la sospecha, su único libro de ensayo (los grandes escritores sólo publican un solo libro de ensayo, con eso debiera alcanzar y sobrar) Sarraute repara en una frase de Katherine Mansfield (“This terrible desire to establish conctact”), lee con acierto a Henry Green y, sobre todo, analiza, casi fascinada, el uso de los diálogos en Compton-Burnett. Para Sarraute ese supuesto oído fino para la oralidad, en realidad encierra una operación antirrealista, ajena a todo verosímil: “Esas largas frases (…) no recuerdan a ninguna conversación escuchada. Y sin embargo, si parecen extrañas, no dan jamás una impresión de falsedad o de gratuidad. Es que se sitúan no en un lugar imaginario, sino en un sitio que existe en la realidad: en algún lugar en el límite fluctuante que separa la conversación de la no-conversación”. Volvamos ahora casi quince años hacia atrás, otra vez a 1939. En Sarraute ese sitio lleva un nombre: Tropismos (“esos movimientos indefinibles, que se escurren muy rápidamente hasta los límites de la conciencia”). Y ahora un último salto, al presente. Si leemos hoy la obra de Compton-Burnett y la de Sarraute, veremos que la autora de Una familia y una fortuna, poco tiene en común con la de Tropismos (y yo diría que decididamente nada con el Nouveau-roman). ¿Se equivoca Sarraute en su lectura? Al contrario, acierta plenamente. Lee como se debe leer. Como debe leer un escritor a la hora de escribir un ensayo literario, en el momento de avanzar en un cierto programa estético: lee a los autores a su favor. Sarraute, tanto en sus novelas como en La era de la sospecha, lleva adelante un extraordinario trabajo de cuestionamiento de la idea convencional de personaje, de trama, de dialogo, de narración lineal. Y se sirve, entre otros, de Compton-Burnett para justificar ese intento. Por cierto, de otro modo, pero igualmente perfecto, Ivy Compton-Burnett en sus novelas también realiza el mismo trabajo de demolición del sentido común de la prosa literaria.