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sadismos

Donald y Javo

Javier Milei junto a Donald Trump en Estados Unidos
Javier Milei junto a Donald Trump en Estados Unidos | NA

Voy a cometer una infidencia. Nombraré la acción pero no los protagonistas, y que Dios me perdone. Hace unos años, un conocido con ganas de mojar el pincel en la política nativa se pagó un viaje a los Estados Unidos para visitar a un asesor de Donald Trump y pedirle que le bajara la posta, las reglas de su acción política, su manual de estilo que lo había llevado hasta la presidencia. En resumen, su Weltanschauung. El asesor le dijo: “Pero papurri, ¿para esto te vinistes hasta acá? Ma qué reglas. ¿No viste su programa?”. (La traducción un tanto libre de la respuesta corresponde al castellano rioplatense, vulgarmente llamado argentino).

El asesor se refería a El aprendiz, un rentable ejercicio de sadismo televisivo en el que el multimillonario Trump (no indaguemos acerca del modo en que Donald y su padre levantaron su fortuna) era el alma máter de un reality de eliminación de sujetos con alma de esclavos encandilados por el sueño americano del progreso individual. Quien vio el programa sabe que el único ganador era el propio Donald, cuyo rating aumentaba semana tras semana a medida que iba destruyendo los restos de ego de los aspirantes a un puesto de segunda o tercera categoría en alguna de sus empresas de registros contables flojos. Si mal no recuerdo, esas escenas de humillación estaban construidas sobre  la base del griterío del conductor denunciando las presuntas inconsistencias, falibilidades, errores, distracciones y toda clase de imbecilidades posibles de cada participante, que en su fuero interno, y antes del momento del examen ante el Supremo Juez Catódico, creía que venía con todas las de ganar, y terminaban con un “¡Estás despedido!”. Ciertamente, el éxito del programa fue primero televisivo y luego electoral, porque la teleaudiencia americana se comía íntegra y cruda la verdura de esa posibilidad de triunfo, del uno entre un millón –“Yo también puedo ser Donald y no el pato rengo de mierda que soy en la vida”–, pero sobre todo porque, en la cálida comodidad de sus sillones de dos cuerpos, tomando cerveza en lata y devorando comida chatarra, asistía al espectáculo de la destrucción del Otro en manos de un engendro soez, maleducado y feroz. Para comprender que el Otro es Uno mismo, pero traspuesto, hace falta una operación de la inteligencia y la sensibilidad. Así que no te sorprendas si  en noviembre Trump vuelve a ganar las elecciones. Cuantas más crueles barbaridades suelta, más voluntades suma. Porque su espectador cree que el látigo caerá siempre sobre la espalda ajena.

No es un ejercicio de excesivo facilismo decir que Milei, con sus “¡Afuera!”, despidiendo plantas de empleados y cerrando ministerios, tomó al dedillo la frase emblema de ese programa de acción. Hijo dilecto de la televisión basura, provista de los insumos que sirven los servicios de inteligencia, en su ego-trip (¡y nos quejábamos de Cristina!) desdeña las artes de la política tradicional, porque su lugar de pertenencia surge –y combina con singular talento– las enseñanzas de Ricardo Fort con las de Yanina Latorre. Lo indiscutible es la naturaleza plena de su goce.

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