Las dos transformaciones más radicales que ha vivido la humanidad fueron la Primera Revolución Industrial, de la que surgieron la industria, la democracia, el enfrentamiento entre el pensamiento liberal y el socialista, y la Cuarta, que ha cambiado todo lo existente. Las monarquías absolutas terminaron con el surgimiento de la democracia representativa, que en estos años, está agonizando por el desarrollo de la ciencia y la tecnología.
La Primera Revolución Industrial logró no solamente que se produzcan cantidades de bienes y servicios, sino que cambió la vida cotidiana de la gente, su relación con la naturaleza, la ética, la política.
En 1765 James Watt inventó la máquina de vapor, el equivalente de las computadoras en la revolución que vivimos. Apareció, por primera vez en la historia, un artefacto que se podía mover en cualquier estación y en cualquier circunstancia, porque algunos seres humanos calentaban agua cuándo y dónde quisieran.
La otra columna vertebral del cambio fue el ferrocarril, movido por vapor, que demandó cantidades enormes de minerales y metales. En 1848 se inauguró la primera línea con la que los pasajeros pudieron viajar de Londres a Glasgow en doce horas, con una velocidad inverosímil para la época: 80/km por hora. Su equivalente actual es internet, con la que podemos comunicarnos con una persona en cualquier sitio del globo terráqueo en segundos.
La Revolución Tecnológica y la política llegaron de la mano. Hasta el siglo XVIII la mayoría de los occidentales creían que Dios gobernaba sus países a través de familias escogidas para que tengan un poder absoluto. Compartían el poder con funcionarios religiosos que, en muchos casos, podían quemar vivos a quienes manifestaban ideas consideradas heréticas.
Los grupos tradicionales han enfrentado a la democracia y la tecnología porque atentaban contra los dictados de Dios
La vida humana dependía completamente de la naturaleza. La gente sembraba en primavera, cosechaba en verano, trabajaba poco en el invierno; la luz del sol marcaba el inicio y el fin de la posibilidad de trabajar. Con la industrialización se pudo trabajar en todas las estaciones y con la luz eléctrica, todos podemos trabajar en cualquier hora del día. El libro Historia de las Revoluciones Burguesas de Eric Hobsbawm describe los cambios que produjo la Revolución Industrial en la sexualidad, la familia, la comida, y todos los aspectos de la vida de la gente.
Surgió el capitalismo, con la caída del Muro de Berlín que desde 1990 es la forma en que se organiza la economía de casi todos los países del mundo, tanto democráticos como totalitarios. El único que agoniza por la ineficiencia del comunismo es Cuba, quien recibe alimentos de la ONU para sobrevivir modestamente.
Todos esos cambios no avanzaron linealmente, tuvieron opositores. Las religiones, enfrentaron al progreso científico, demonizaron las transformaciones, y fomentaron el malestar de amplios sectores populares, que eran afectados por la transformación.
Aparecieron movimientos que rompían las máquinas a las que atribuían alguna relación con el diablo, que se personificaron en Ned Ludd, ser humano real o nombre, detrás del que se escondieron lideres del movimiento que sabían que, de ser ubicados, irían a la horca. Ludd inició sus actividades en 1811, incendiando algunas fábricas textiles, con lo que se dio origen al movimiento ludita, que se oponía al maquinismo, y al avance de la técnica. Además de quemar máquinas que estaban trabajando, o que se transportaban a bordo de barcos, los luditas amenazaron a los industriales y políticos con un alud de cartas firmadas por el Capitán Ludd.
Algunos grupos religiosos encontraron que el ferrocarril estaba descrito en el Apocalipsis como uno de los demonios del fin de los tiempos, que tenía forma de serpiente y echaba humo por la cabeza. En varios países latinoamericanos la leyenda persistió hasta que se construyeron los ferrocarriles en el siglo XX. Todas estas angustias estimularon a millones de europeos para que huyan del continente, intentando ponerse a salvo de la perversa evolución tecnológica.
En 1848 no solo se inauguró el primer ferrocarril en Inglaterra, sino que Marx y Engels publicaron el Manifiesto Comunista y surgió la plaga del hongo tizón tardío, que destruyó las plantaciones de papa en Irlanda que alimentaba al 80% de la población. La peste fue seguida de otras que afectaron cultivos en toda Europa, que tenía una crisis de sobrepoblación provocada por la Revolución Industrial.
Millones de personas murieron de hambre y más todavía dejaron el continente, ayudados por la aparición de los barcos a vapor. Se formaron así grandes países, poblados por emigrantes europeos, entre los que estuvieron Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda y Argentina.
Confundir el avance tecnológico con el marxismo, es tan absurdo como creer que el ferrocarril es un demonio
En la misma época, grupos religiosos europeos, temerosos del progreso industrial, se radicaron en Estados Unidos. Estuvieron entre ellos los cuáqueros, llamados así por la palabra quake que significa temblo, porque, al igual que los shakers, se estremecían cuando entraban en trance místico.
Su líder William Penn fundó la colonia de Pensilvania, que en las últimas elecciones norteamericanas se convirtió en un estado importante para saber quién sería el presidente de los Estados Unidos. En el estado de Penn se radicaron también los amish, otro grupo que rechaza la electricidad, el teléfono y la radio, para mantenerse aislado del mundo del pecado que llegó con la industrialización. En estas elecciones, Trump esperó ganar en Pensilvania con el apoyo de unos 130 mil amish que votan en ese estado. Los amish son un grupo conservador muy cerrado, hablan un idioma llamado “alemán de Pensilvania” de origen centro-europeo.
Los grupos tradicionales han querido detener el avance de la democracia y la tecnología, alegando que atentaban en contra de los dictados de Dios. Querían que sus países sean como Irán, gobernados por el Supremo. Algunos, como la mayoría de los islámicos son terraplanistas.
La lucha entre la ciencia y la religión es una constante en la historia de Occidente, como lo expone Andrew White en su interesante libro. Se expresó en las últimas elecciones norteamericanas en el enfrentamiento de la cultura del Rust Belt con la de Silicon Valley que analiza, en sus últimos textos, el profesor de Stanford, Francis Fukuyama. Sin embargo en toda la cultura occidental, está presente el enfrentamiento del método científico, con la ideología conservadora que predica Donald Trump, el Ned Ludd contemporáneo.
En una comunicación reciente, Ned Trump enumeró los objetivos de su gobierno. Felizmente es más moderado que su antecesor inglés, no quiere quemar los celulares, ni los observatorios astronómicos.
Mantiene un discurso impregnado de fanatismo desinformado, que lucha en contra de enemigos imaginarios, y combate algunos principios de la cultura woke, a los que los neoluditas culpan de los problemas de la sociedad contemporánea.
Quiere destruir molinos de viento que ya no existen. Pretende acabar con el adoctrinamiento marxista en los colegios y universidades de la Unión, cosa que existe solo en la cabeza de unos pocos fanáticos. Otro tanto pasa con la idea de “expulsar del sistema de Justicia a todos los jueces, fiscales y magistrados corruptos y de tendencias marxistas”.
Confundir el avance tecnológico con el marxismo es tan absurdo como creer que el ferrocarril es un demonio, pero el fanatismo impide ver la realidad.
"Cómo se diseña una estrategia política exitosa", nuevo curso académico de Jaime Durán Barba
Expresa una obsesión sexual, provocada en la mayoría de la población, por los excesos de activistas que han luchado por esos derechos. Se anuncia un nuevo macartismo en el que: “Se obligará a los medios periodísticos a informar con veracidad y no a desinformar como lo hacen en la actualidad”. Los autoritarios atacan siempre la libertad de prensa y a los periodistas, quieren obligarles a difundir su verdad, que en muchos casos es solo un conjunto de supersticiones sin fundamento.
Dice que “regresan Dios, Patria y Familia como base de la sociedad norteamericana”, “los EE.UU. volverán a ser una nación entregada a Dios y se educarán los niños y jóvenes con principios y valores patriotas”.
Estados Unidos es un país muy heterogéneo. Al mismo tiempo que está a la cabeza en la generación de ciencia y tecnología, buena parte de su población cree en mitos refutados por la ciencia. Recién en 1968 la Corte Suprema anuló las leyes que prohibían la enseñanza de la teoría de la evolución en algunos estados. Varios habían declarado “delito” enseñar “cualquier teoría que niegue la historia de la Creación Divina del hombre, tal como se enseña en la Biblia, y enseñe que el hombre desciende de un animal”.
En todos los estados en los que se prohibía la enseñanza de la evolución ganó Trump. Según el Pew Center, el 34% de los norteamericanos cree que los seres humanos existieron siempre en su forma actual. Los ciudadanos con mayor nivel de educación creen masivamente en la teoría de la evolución, los más ignorantes en el creacionismo. El voto de Trump está asociado con la poca educación formal. Una investigación realizada en el 2019, encontró que el 34% de los republicanos conservadores aceptaba la evolución, mientras que el 83% de los demócratas liberales tenían esa posición.
Trump pretende que vuelvan al país las grandes empresas que se han instalado en el extranjero, particularmente las que hacen maquila. Tratará de resucitar una industria que floreció en la Segunda Revolución Industrial en el Este del país, mientras en el Oeste se han creado técnicas que reemplazarán al proletariado con robots.
Las revoluciones que tienen su raíz en el avance tecnológico, no se pueden detener. Por muchos atentados que hayan hecho los luditas, la industrialización se impuso y se propagó por todo el mundo.
A esta altura de la historia no se puede prohibir el uso de computadoras para obligar a usar máquinas de escribir, ni reemplazar los cursos de educación sexual con libritos sobre la cigüeña. Debemos poner los ojos en el futuro, ser conscientes de que la democracia representativa colapsó e inventar nuevas herramientas para conseguir la felicidad de la gente, que no pasa por volver al pasado.
* Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.